Los colegios, sí ¿y los padres?

20 de octubre 2025 - 03:08

La consternación que sentimos todos tras el suicidio de una niña de 14 años a la que insultaban y vejaban sus compañeras del colegio es una cuestión de humanidad. Empatizamos con esos padres que deben estar sufriendo lo indecible, pedimos justicia y que hechos similares no se vuelvan a repetir. Nunca.

Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Ahora vayamos a las causas. Miramos al colegio que no hizo, desde luego, lo que debía. Pero no más allá. ¿Por qué? Porque entonces la culpa es nuestra. De todos los que somos padres o de los que lo serán en el futuro inmediato si no hacen algo por eximirse.

Un maestro sevillano me contaba esta semana cómo es su jornada laboral con los niños de tres años que son los que le han tocado este curso. Lleva años en la docencia y se quejaba amargamente porque uno de sus pequeños le montó una pelotera enorme en clase y cuando llegó su madre a recogerlo le pidió que riñera al profesor. Tras una charla con ella descubrió que era la primera vez que al niño le decían que no. Jamás hasta entonces nadie le había llevado la contraria.

No es un caso único. Otro de sus pequeños se dormía en clase algunas veces, otros días estaba hiperactivo, otros serio, otros irascible... constantes cambios de humor y una alarmante falta de concentración que le impedía seguir el ritmo de los demás compañeros. Todos de tres años, insisto. Al comentarlo con los padres, preocupado, le confesaban que le dejaban el móvil muchos ratos porque estaban muy agobiados de trabajo. Tanto que se lo daban todas las noches hasta que se dormía en su cama. El pobre maestro trató de convencerlos de que esa podía ser la causa del desasosiego del pequeño. No sé lo que ha pasado.

En la clase de Sandra y en la de al lado, habrá buenos padres y otros que serán regulares, como en todos sitios. Pero ninguno es inocente en la educación de sus hijos. Es su responsabilidad, deben guiarlos en la vida y corregirlos cuando se equivocan. Pero siempre teniendo en cuenta que a los hijos no se les puede quitar la vista de encima, ni siquiera cuando se van de casa. Y eso no es coartar la libertad de la prole, sino darle las herramientas para ejercerla. La Educación de los hijos, decían antes los mayores, termina cuando se mueren los padres. Y no antes.

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