AUNQUE estamos lejos de sufrir una situación catastrófica como la que atraviesan varias naciones africanas, la crisis del ébola ha puesto en evidencia fallos y carencias impropias de un país europeo desarrollado. El estado de la auxiliar de enfermería infectada por el virus fue empeorando ayer a lo largo del día y son 14 los ciudadanos allegados o en contacto con ella que han debido ser ingresados y sometidos a una especial vigilancia. Conforme se van conociendo detalles sobre lo acontecido en torno al contagio se acrecienta el pesimismo acerca del funcionamiento del sistema sanitario público en situaciones de emergencia. El reconocimiento por parte de la enferma de su posible descuido al realizar su labor en la habitación del misionero muerto no autoriza a atribuirle la responsabilidad del contagio. Es un hecho que en algún momento sus medidas de protección no fueron supervisadas como está mandado, que la médico que la atendió no fue advertida de su relación profesional con el virus, que el médico de urgencias al que acudió cuando el proceso patológico alcanzó un nivel de gravedad indudable no tuvo a su disposición el equipo de aislamiento adecuado y que el protocolo de actuación aplicado es demasiado laxo, en relación con el aconsejado por la OMS, sobre el grado de fiebre a partir del cual debió ser tratada como probable portadora del virus. Tampoco se adoptaron las medidas de precaución necesarias cuando fue trasladada Teresa Romero en una ambulancia convencional que, además, siguió funcionando para trasladar a otros pacientes en las horas siguientes a su utilización para llevar a la enfermera al centro hospitalario de referencia. Todo esto hay que revisarlo de forma paralela a las tareas urgentes que tienen las autoridades y los profesionales sanitarios: tratar de salvarle la vida a Teresa Romero, vigilar estrictamente a las personas que han estado relacionadas con ella a partir de su infección y extremar las cautelas y cuidados con respecto a aquellas cuyo contagio pueda confirmarse. No menor es el deber del sistema sanitario, y de las autoridades políticas con competencias en el mismo, de proporcionar a los ciudadanos un clima de serenidad que combata la alarma social que, objetivamente derivada de los fallos y también espoleada por la ignorancia y el miedo infundado, ha cuajado en amplios estratos de la sociedad española. Tampoco socialmente hemos demostrado ser una sociedad madura. La crisis del ébola nos ha retratado de alguna manera. Estamos dando un espectáculo lamentable al mundo a pesar de que disponemos de unos servicios sanitarios suficientes para afrontar con solvencia este tipo de crisis.

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