El crucificado punk

Chateaubriand confesó que veía al crucificado por todas partes al final de sus días

Igual que en un solo día caben todos los días del hombre, en un Miércoles Santo caben los días de la ortodoxia y los días irreverentes. Caben lo mismo la plástica de la cruz que su forma tallada por la ironía (véase Astenia primaveral de María Cañas en Espacio Derivado: la irreverencia cofrade tiene ya su canon). Bajo el nadir de la tarde, hoy toca admirar la estampa clásica de los crucificados en los pasos. Se nos aparecen por todo lugar, lo mismo por calzadas anchas que por angosturas y recovecos. Hay pasotas, ajenos a las cofradías, que dicen haber visto al crucificado o su trasgo alguna que otra vez. Lo han visto o intuido entre el iris blanco del insomnio, a solas en la meditación, en los espejos de las habitaciones que nos muestran el anonimato de lo que somos (es lo que decía Brodsky sobre los espejos de los hoteles).

En Memorias de ultratumba, uno de los libros que uno ha de leer con agradecimiento a la vida, Chateaubriand confesó que veía al crucificado por todas partes al final de sus días. Esto mismo, trasladándolo a la Jerusalén del sur, es lo que hoy nos ocurre a quienes no sabemos si somos creyentes, pero tampoco ateos a pie firme ni, por supuesto, laicos agrios y fustigadores. La Sed, como el Buen Fin, el Cristo de Burgos, el de San Bernardo, Siete Palabras o el Cristo de la Lanzada en el costado (yo sí diría que de esta agua sí beberé), recorren hoy las calles con sus hermandades. Lo que perturba de la cruz es su insondable sencillez. Palo horizontal sobre la muerte que nos iguala en el jergón de la tierra. Traviesa en vertical que busca otra suerte celeste fuera de la carne.

Cada Miércoles Santo, rodeado de crucificados, me acuerdo de un libro de Juan Delgado Roig, quien fuera director del sanatorio de Miraflores y médico especialista en Medicina Legal en lo más grisáceo del franquismo. No hallo libro más punk que Los signos de la muerte en los crucificados de Sevilla. Desde la práctica forense, se ofrece una cátedra anatómica sobre la crucifixión y la laceración que va dejando en el cuerpo, como se aprecia en algunas tallas de la Semana Santa. El lado punk obedece al uso de fotografías de cadáveres no reclamados, tal vez de pobres desahuciados, pero que sirven de modelo para las cristíferas lecciones acerca de la horrible muerte del Justo (espasmo cadavérico, rigidez, livideces, flexión postmortal en los dedos, manchas hipostáticas, arrugamiento de córneas, negra mancha esclerótica). De todo ello sólo quedarán los estigmas. Pero eso será cuando el Resucitado se aparezca tal vez en los mismos insomnios, meditaciones y espejos.

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