La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Era urgente guardar silencio, alcalde
Los médicos saben que una de las reacciones más normales de las personas a las que se les ha diagnosticado una enfermedad grave es ponerse en manos de un curandero. Conocí el caso de una chica a la que se le diagnosticó esclerosis lateral (ELA). Destrozada por la noticia, la chica acabó yendo a Filipinas a que la trataran unos curanderos. Por supuesto, todo era una estafa y cuando la chica regresó tuvo que aceptar que la enfermedad era irremediable y que lo único que podía hacer era ponerse en manos de los médicos.
En 2015, Pablo Iglesias y Podemos representaron el papel de los curanderos filipinos para una sociedad que estaba enferma de gravedad. En plena crisis económica, con un Gobierno de Rajoy que apenas sabía comunicar ni dar señales de liderazgo, con la revuelta catalana y la sensación de que este país se iba a la basura, la irrupción de Podemos representó una milagrosa sensación de alivio. La retórica incendiaria de Pablo Iglesias y sus colegas, su insultante juventud, sus diatribas contra toda la clase dirigente y sus propuestas simplonas que prometían remediar todos los males del país sin sacrificios y sin esfuerzo, tuvieron un éxito inmediato que se tradujo en unos cuatro millones de votos y en 69 diputados (contando las alianzas territoriales). Nunca en la historia de nuestra democracia se había producido un fenómeno así.
Todos sabemos lo que vino después. Pablo Iglesias llegó a ser vicepresidente del Gobierno con Pedro Sánchez, pero enseguida llegó la pandemia, y el confinamiento, y la ruina económica, y de pronto Iglesias perdió los deseos de gobernar, o comprobó que gobernar era una tarea fatigosa que permitía muy poco lucimiento. Y ahora, cuando Pablo Iglesias ha dejado la política, sus fieles repiten que se ha tenido que ir forzado por un complot de los grandes medios de comunicación y las grandes empresas del Íbex.
Todo eso es falso, claro está. Por mucho que digan sus fieles, la verdad es que nunca ha habido un político más mimado y protegido por los medios de comunicación y por las grandes empresas, pero la verdad importa poco cuando a uno no le gusta. Y la verdad es que Pablo Iglesias se ha tenido que ir porque todo el mundo -salvo su secta de fieles- se ha dado cuenta de que era un curandero que no tenía ni una sola idea -ni una sola- que fuera eficaz para resolver nuestros problemas.
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