La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

No nos dejes, fiel Guardián

No hay acto que se haga por el cuarto centenario del Señor que pueda superar este estar allí de sus devotos

Amaneció ayer más cerca, después de dos meses de alejamiento en el encierro, el juez misericordiosamente inflexible y duro -porque en el Gran Poder los opuestos se concilian- de San Lorenzo. Algunos nos plantamos ante él a la vez como fiscales cargados de preguntas, por no decir acusaciones, y como defensores con la boca llena de alabanzas. No debió sorprenderle que lo hiciéramos. Él mismo unió hace dos mil años "¿por qué me has abandonado?" y "en tus manos encomiendo mi espíritu". Y cientos de años antes ya estaban unidas en el libro de Job la queja -"¿Por qué me pones por blanco tuyo, hasta convertirme en una carga para mí mismo? No refrenaré mi boca. Hablaré en la angustia de mi espíritu y me quejaré con la amargura de mi alma"- y la alabanza- "¿Por qué contiendes contra él? Él no da cuenta de ninguna de sus razones… En Dios hay una majestad terrible. Él es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder y en juicio".

¿A qué fuimos y seguiremos yendo tantos a ver al Señor del Gran Poder en estos tiempos de tribulación? No podemos darle gracias por habernos salvado, al menos hasta ahora, porque eso significaría que abandonó a las 26.744 personas que hasta ayer han fallecido en España -que con seguridad son más y por desgracia serán más conforme pasen los días- y a las 282.850 que lo han hecho en el mundo. Tampoco podemos considerar esta pandemia una prueba a la que nos someta, como se hacía de antiguo y aún hoy hace algún insensato, porque sería blasfemar; escrito está en Santiago 1:13: "Ninguno, cuando sea probado, diga: Es Dios quien me prueba; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie".

Sin saberlo, pero sintiéndolo, los devotos que desde ayer acuden a San Lorenzo repetían con su ir allí, con su estar allí y con sus miradas al Señor esta hermosa plegaria judía para tiempos de tribulación: "Oh Guardián de Israel, que no duermes ni reposas, somos el pueblo de tu pasto y las ovejas de tu mano. Envuélvenos seguros en tu amor. Y si en nuestro dolor y soledad, y en los momentos de desolación, nos desviamos de seguirte, no nos dejes, fiel Guardián, sino acércanos a ti". Ayer, en San Lorenzo, el Señor era ellos y ellos eran Él. Su dolor era el de ellos y el de ellos era el de Él. En Él estaban a la vez la debilidad que les afligía y la fuerza que le pedían. No hay acto que se haga para conmemorar su cuarto centenario que pueda superar este estar allí de sus devotos.

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