Amaneció ayer más cerca, después de dos meses de alejamiento en el encierro, el juez misericordiosamente inflexible y duro -porque en el Gran Poder los opuestos se concilian- de San Lorenzo. Algunos nos plantamos ante él a la vez como fiscales cargados de preguntas, por no decir acusaciones, y como defensores con la boca llena de alabanzas. No debió sorprenderle que lo hiciéramos. Él mismo unió hace dos mil años "¿por qué me has abandonado?" y "en tus manos encomiendo mi espíritu". Y cientos de años antes ya estaban unidas en el libro de Job la queja -"¿Por qué me pones por blanco tuyo, hasta convertirme en una carga para mí mismo? No refrenaré mi boca. Hablaré en la angustia de mi espíritu y me quejaré con la amargura de mi alma"- y la alabanza- "¿Por qué contiendes contra él? Él no da cuenta de ninguna de sus razones… En Dios hay una majestad terrible. Él es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en poder y en juicio".
¿A qué fuimos y seguiremos yendo tantos a ver al Señor del Gran Poder en estos tiempos de tribulación? No podemos darle gracias por habernos salvado, al menos hasta ahora, porque eso significaría que abandonó a las 26.744 personas que hasta ayer han fallecido en España -que con seguridad son más y por desgracia serán más conforme pasen los días- y a las 282.850 que lo han hecho en el mundo. Tampoco podemos considerar esta pandemia una prueba a la que nos someta, como se hacía de antiguo y aún hoy hace algún insensato, porque sería blasfemar; escrito está en Santiago 1:13: "Ninguno, cuando sea probado, diga: Es Dios quien me prueba; porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie".
Sin saberlo, pero sintiéndolo, los devotos que desde ayer acuden a San Lorenzo repetían con su ir allí, con su estar allí y con sus miradas al Señor esta hermosa plegaria judía para tiempos de tribulación: "Oh Guardián de Israel, que no duermes ni reposas, somos el pueblo de tu pasto y las ovejas de tu mano. Envuélvenos seguros en tu amor. Y si en nuestro dolor y soledad, y en los momentos de desolación, nos desviamos de seguirte, no nos dejes, fiel Guardián, sino acércanos a ti". Ayer, en San Lorenzo, el Señor era ellos y ellos eran Él. Su dolor era el de ellos y el de ellos era el de Él. En Él estaban a la vez la debilidad que les afligía y la fuerza que le pedían. No hay acto que se haga para conmemorar su cuarto centenario que pueda superar este estar allí de sus devotos.
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