La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez aguanta más que el telexto
Ha caído la noche desapaciblemente fría y quizás lluviosa sobre los altos bloques de pisos cuyas ventanas se van iluminando poco a poco, sobre las avenidas cada vez con menos tránsito en las que los semáforos cambian de colores que se reflejan en el asfalto mojado, sobre las calles estrechas y las casas agolpadas del centro. Brillan, como vistas a través de un cristal empañado, levemente mecidas por el viento, las luces de Navidad. Hay un encenderse y agitarse de las cocinas que dan a los hondos patios de luces.
Ha caído la noche sobre los chalés de Heliópolis o del Aljarafe y sobre las casas de la Ciudad Jardín o del Cerro, sobre los bloques de Nervión, Pío XII, Sevilla Este, Los Bermejales o Pino Montano y sobre las torres de las iglesias que hace ya tiempo dieron los dos toques de la misa de las ocho, sobre Escoberos, Parras, Relator o Sagunto y sobre los hermosos laberintos de Santa Marina, Duque Cornejo, Bordador Rodríguez Ojeda y Padre Manjón, de Amargura, Pasaje de Amores, San Basilio y Pozo. Y en muchas de ellas, por toda Sevilla, alumbra vidas la luz de una cara.
Ha cerrado San Gil. Ya no serpentea la cola por San Luis y la Resolana. Lo que allí se ha vivido y sentido desde las siete de la mañana hasta las nueve la noche se ha ido desperdigando a lo largo del día, persona a persona, memoria a memoria, oración a oración, por toda la ciudad, deshaciéndose ese invisible hermanamiento que con tanta fuerza siento entre quienes aguardamos en la cola hasta presentarnos a Ella. ¿O no?
Siempre me pregunto, tras cada jornada de este besamanos y tras cada día del quinario que inaugura el año sevillano, el que termina en la Resolana y empieza en San Lorenzo, ¿dónde estáis ahora, caída ya la noche, desconocidos hermanos en devoción que tan unidos nos sentimos cuando, esperando a nuestra Esperanza y ante Ella, parecíamos un solo cuerpo con miles de corazones? Tan distintos, tan iguales ante la Esperanza. ¿Se rompe este invisible lazo verde una vez cumplido el rito, cuando la multitud se disgrega? Creo que no. Tras tantas ventanas encendidas en la noche, en tantas habitaciones en las que se viven tan distintas situaciones, hay una modesta estampa o una foto enmarcada que nos sigue hermanando. Y quizás sea a ellas a las que se les recen las más íntimas, intensas oraciones.
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