Acción de gracias

Lo que dicen las flores

Pasar cada mañana ante su colorido escaparate era un recordatorio de que existía la belleza

Cuando les hacía un encargo no podía evitar acordarme del comienzo de aquella novela de Virginia Woolf, "la señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores", pero también de las espléndidas rosas amarillas que Newland Archer le enviaba a la condesa Olenska en La edad de la inocencia, o de la debilidad que el personaje de Julia Roberts en Todos dicen I love you sentía por las gerberas. El cliente no necesitaba dar indicaciones porque sabía que el ramo o el adorno floral que confeccionarían sería siempre una muestra de elegancia y buen gusto; uno salía del comercio fascinado por la delicadeza con la que trataban el producto, por el amor por el oficio que desprendían sus movimientos. Y no hacía falta entrar en su tienda para que su mercancía te levantara el ánimo: pasar cada mañana junto a su colorido y cuidado escaparate ya era un recordatorio de que existía la belleza. Desde hace unas semanas, sin embargo, los cristales de Los Claveles, en la calle Amor de Dios, no dejan ver más allá de un muro de papel, y en vez de orquídeas o lirios el caminante se topa con un triste vacío. El establecimiento ha cerrado sus puertas tras 45 años.

En este tiempo, cuando les visitaba, hablé con ellos apenas lo imprescindible, y por eso no les comenté nunca cuánto nos ayudaron, a mí y a tanta gente de la ciudad, a convertir la vida en algo más hermoso. No les dije tampoco que aquel eslógan de díselo con flores no se equivocaba, que a menudo un ramo expresó el afecto mejor que cualquier palabra. Hago memoria y me vienen algunos momentos destacados de mi biografía que están ligados a ellos. Este mismo año, cuando la pandemia impedía una fiesta y los que podría considerar mis segundos padres cumplían sus bodas de oro, pude sentirme cerca de aquel matrimonio gracias a unas rosas. Cuando unos artistas generosos y locos, el director de escena Rafael R. Villalobos y el cantaor Álvaro Romero, metieron un poema mío en el espectáculo que cerraba en el Maestranza el Año Murillo, materialicé, para mostrarles mi gratitud, esa fantasía de mandar flores a un camerino que había visto en tantas películas. O aquella vez que me retiré a Galicia unas semanas a terminar una novela que estaba escribiendo y envié a mi pareja un ramo para que no entendiera mi ausencia en esos días como un abandono. Pienso también en todos los partos y nacimientos -pertenezco a una familia extensa- en los que en Los Claveles fueron cómplices de la alegría. Me da rabia no haber sido más entusiasta en mi parca conversación con los floristas en todos estos años, cuando iba a verlos, pero ahora puedo escribirlo: decirles que con su trabajo hicieron del mundo un lugar más noble y habitable, darles las gracias; contarles que nosotros, los clientes, igual que la señora Dalloway, comprábamos las flores para volver a creer en la belleza.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios