La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Objetivo, el Rey
A estas alturas de la semana, don Pablo Iglesias andará un poco arrepentido de comparar al eximio veraneante Puigdemont, otrora microgolpista, con el numeroso exilio de la Guerra Civil, de infausto y doloroso recuerdo. Como mucho, y aplicándole un criterio amplísimo, al president podríamos tildarlo de exiliadito, siempre que se recuerde que los exiliados de la Guerra Civil huían no sólo de la guerra, sino de la represión y una probable muerte violenta, mientras que don Puigdemont huía, en el maletero de un coche, de una democracia amenazada, precisamente, por las proclamas del señor Pugidemont y sus utopías étnicas, tan breves y ominosas como ridículas.
No vamos a ponernos, pues, a señalar algo ya muy señalado en el día de ayer, como fue la singular inoportunidad del vicepresidente Iglesias. Pero sí queremos destacar la manifiesta ignorancia sobre la que se alza. Por muy extraño que parezca, el señor Iglesias cree que la República, la II República, se identifica, precisamente, con quienes la hicieron imposible: y en particular con el nacionalismo catalán de ERC, cuyo golpe de Estado en octubre del 34 provocó decenas de víctimas. Un golpe que venía a sumarse a la revolución de Asturias, que ocasionó casi un millar de muertos, y que fue instigada por el socialismo revolucionario de Largo Caballero, contrario a la república burguesa y democrática que representaba, por ejemplo, el socialista Besteiro. En cuanto al nacionalismo vasco, digamos que su mayor contribución a la República fue rendirse de inmediato a los italianos, abandonando al Ejército del Norte. De modo que cuando Otegi, Junqueras, Iglesias y demás hablan de la República, no sabemos si se refieren a la República que nacionalistas y revolucionarios imposibilitaron, o sencillamente ignoran la abrumadora cantidad de libros que sobre la República y la Guerra Civil se han editado desde hace ya más de ochenta años.
Hasta hace una década, la Guerra Civil fue el conflicto más estudiado de la Historia. Con lo cual, somos varias las generaciones de españoles que hemos crecido leyendo a Malefakis, a Jackson, a Southworth, a Preston, etcétera, y así hasta llegar, por ejemplo, a Francisco Espinosa y Fernando del Rey. No parece que sea éste el caso de nuestros jóvenes intelectuales, crecidos al amparo de la democracia. Llamar exiliado a Puigdemont es como llamar demócrata a don Oriol Junqueras: una extraña y paradójica forma de injuria.
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