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Coge el dinero y corre

fede / durán

Tan fea como siempre

ESPAÑA debe su desfase con el entorno no sólo a sus pifias seculares. La economía, como la política o la cultura, es un fiel reflejo de otros defectos que las estadísticas, tan totales, apenas rastrean. Resulta verdaderamente difícil cuantificar el afán innovador que se esconde tras el impulso inicial a la obtención de una subvención que a menudo es el fin más que el medio, por ejemplo. Este país siempre ha carecido de imaginación y valentía, y ahí está su verdadero lastre, su drama perenne.

Si el panorama se trocea por sectores y nichos, las conclusiones son devastadoras. Las instituciones fundamentales del Estado están en manos de arribistas, medradores, paniaguados y amantes de lo gris. En las empresas, en muchas empresas, sobran listos y faltan comprometidos. El emprendedor, el de verdad, es hoy un sol ficticio en el horizonte, una proyección virtual condenada a la frustración de su propia inexistencia. La construcción regresa cada pocos meses como ese jarabe contra la tos al que tanto nos hemos aficionado aunque nunca nos cure. La universidad ni siquiera es el pecio de lo que fue: únicamente quedan pavesas, partículas en suspensión cargadas de miedo y mediocridad, líneas endogámicas por encima del talento y los fichajes que tanto marcan el ritmo en EEUU o Gran Bretaña. Stop.

Lo que en el fondo ocurre es que España vive de la gasolina de la envidia. No existe un combustible más unánime: cada día, en los despachos, las salas de juntas, los hospitales y las escuelas vuelan dardos envenenados, despechos, cinismo y estupidez. Es el culto a la doblez, pero sobre todo al infantil y a la vez tan maduro truco del doble rasero: lo que en ti es imperdonable, en mí es invisible. Si la envidia es la gasolina, la parálisis es la consecuencia. ¿Por qué los informes Pisa nos sacan las vergüenzas? ¿Por qué la marca España apenas caracolea cuando otras marcas esprintan? ¿Por qué los mejores se marchan? Por el pavor que provocan el esfuerzo y la genialidad combinados. Destacar es pecado. Diferir es condena. Aquí, uno sólo habla bien de los muertos porque los muertos ya no son una amenaza (verbigracia: la semana pasada parecía que todos en su día votaron a Suárez).

Si tan acomplejados somos, quizás haya que importar a mercenarios desacomplejados capaces de revertir la situación. En vez de gastar dinero en organismos inútiles, campañas propagandísticas o dietas abusivas, los hombres de negro, los jefes, los presidentes y sus ministros podrían fichar a estadounidenses, australianos, indios, suecos y alemanes para que nos enseñen a construir organizaciones, cumplir objetivos sin faltar a la seriedad, premiar al singular y pensar con ambición y optimismo. Cada nación tiene en gran parte lo que se merece, sobre todo si pertenece a Occidente y ha gozado del capote de la solidaridad europea. España está donde está por deméritos propios. Y lo peor es que tras la careta de la depuración poscrisis se agita el rostro de siempre. Un rostro de caspa y viruela.

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