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Sin ficción

Edwards merece ser celebrado como un gran escritor, pero también como un hombre libre

Hace unos meses nos enviaba un buen amigo, el aventurero Álvaro Arroba, el reciente y estremecedor documental de Pavel Giroud sobre el caso Padilla, donde aparecen por primera vez las imágenes reales en las que el escritor represaliado expresa su "sentida autocrítica" por haber denunciado el autoritarismo de la Revolución y la implacable censura de los disidentes. Descompuesto, sudando a chorros, en un ambiente de tensión que literalmente sobrecoge, el poeta y narrador cubano se arrepiente públicamente de sus "errores" y agradece a sus carceleros -los "compañeros de Seguridad"- haberle hecho ver que sus opiniones eran intolerables, "injurias y difamaciones" de las que se reconoce avergonzado. Se acusa de haber defendido, por ejemplo, a Guillermito Cabrera Infante, "declarado agente de la CIA", y sobre todo de haber escrito él mismo obras "venenosas", llenas de resentimiento y amargura y por ello subversivas, es decir contrarrevolucionarias. Corría el año de 1971 y tanto la detención como el testimonio posterior del exconvicto, que recordaba demasiado a las confesiones de las víctimas de las purgas soviéticas, tuvieron una enorme repercusión internacional, dando origen al distanciamiento de muchos escritores e intelectuales que hasta entonces habían simpatizado con la dictadura de Castro o apoyado su derecho a "construir el socialismo". Comisionado por el presidente Allende para restablecer las relaciones diplomáticas entre el Chile de la Unidad Popular y la Cuba revolucionaria, Jorge Edwards llegó a La Habana en julio de 1970, el mismo día en que Fidel reconocía el fracaso de la zafra de los diez millones, y salió del país sólo tres meses después, tras una difícil entrevista con el comandante que había ya ordenado el arresto de Padilla -detenido cuando volvía de verse con Edwards- y no ocultaba su desprecio hacia el chileno, convertido en testigo incómodo. El relato real de esa estancia en la isla -una "novela política sin ficción"- vio la luz en diciembre de 1973, meses después del golpe de Pinochet, señalando el "fin del idilio" con una Revolución que en Persona non grata -libro prohibido en Cuba y también en Chile- mostraba su verdadero rostro. Aún abundaban los militantes que sostenían que era preciso pasar por alto los excesos y cerrar filas con el régimen, asumiendo sus deficiencias como males menores. Las críticas sólo podían provenir de los agentes del imperialismo y ni siquiera Neruda se libraba de los ataques de los lacayos. En la hora de su muerte, Edwards merece ser celebrado como un gran escritor, pero también como un hombre libre que tuvo el valor de adelantarse a decir que el tirano estaba desnudo.

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