Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

Nuestra gente

EN su desinhibida apropiación de todos los conceptos aprovechables para conseguir el asalto del cielo, o más bien del suelo enmoquetado de los despachos ministeriales, los emergidos y sus aliados apelan ahora al patriotismo, un término prepolítico que ya sólo emplean los militares, los nacionalistas o quienes en cualquier parte -entre nosotros o en lo que el cubano Martí llamó nuestra América, donde ha sido usado por los libertadores desde las guerras de Independencia- reclaman la necesidad de salvaguardar las esencias frente a la agresión o la influencia extranjeras. Suenan rutinarias las protestas de unos adversarios que tienen el mismo legítimo objetivo y asumen de igual modo cualquier fórmula que les pueda dar más votos, pero es cierto que la invocación a la patria se asocia con razón a un discurso arcaico, sentimental y poco o nada comprometido, asumible al margen de la ideología -aunque la palabra tenga, como todas, su carga ideológica- y de hecho suscrito por grupos de convicciones muy diferentes que sólo coinciden en la encendida defensa de la idiosincrasia.

Por sí mismo, el énfasis en la pertenencia a una comunidad natural no tiene nada de malo, aunque sabemos que en boca de los demagogos puede o suele encubrir intenciones excluyentes, no sólo respecto a lo foráneo sino también de puertas adentro. Muchos patriotas se creen en posesión de la verdad sobre el ser común -siempre en peligro, siempre amenazado por enemigos reales o figurados- y no tienen reparos en señalar a los nativos distanciados de una interpretación a menudo restrictiva de la nacionalidad que divide a los convecinos en buenos, malos y extraños, con tendencia a la identificación de las dos últimas categorías. Conscientes de esta perversión, los politólogos se han visto obligados a neutralizar el esencialismo telúrico del nombre con adjetivos como constitucional o ciudadano, pero lo verdaderamente relevante, si se quiere reivindicar el patriotismo sin despertar suspicacias, es que se haga desde una perspectiva abarcadora e inclusiva, o sea indiscriminada. "La patria eres tú", dice el eslogan, y sus impulsores aclaran que se refieren a "nuestra gente". Dado que aspiran a gobernar y al parecer tienen posibilidades, harían bien en precisar que el posesivo comprende a toda la gente, la que simpatiza con su ideario y la que se sitúa en posiciones muy alejadas. Lo contrario, extender las famosas líneas rojas no sólo a los programas o a los partidos, sino a las personas que los votan, ya lo conocemos de cuando no había elecciones.

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