NO hay cosa que le dé más coraje al que escribe que leer el día antes a alguien que se le ha adelantado y le ha pisado el tema. Había decidido escribir sobre Sevilla en agosto, una ciudad solitaria y cómoda, reposada y serena, sosegada y tranquila, la que según Antonio Machado, el hermano de Manuel como preguntó Borges, era la gran Sevilla, aquella en la que no había sevillanos. Pero héteme aquí que lo mismo se le ocurre un día antes a mi querido amigo Luis Carlos Peris. Si hubiera sido otro hubiera cambiado el tema, pero coincidir en la idea con una persona de su talento y su trayectoria es todo un honor. Como buen aficionado que es al mundo taurino le hago este quite a uno de su lote, con afecto y sin afán de lucimiento.

Las personas que huimos de bullicios y aglomeraciones no tenemos más remedio que movernos a contracorriente. Por eso, al contrario que la mayoría de los españolitos -y españolitas, faltaría más- nunca he pedido las vacaciones en agosto. Éste es el segundo año que, por motivos familiares, he tenido que coger la primera quincena de ese mes y la pasaré descansando en mi residencia habitual. No es mala cosa. Evitaré colas y aglomeraciones en aeropuertos y autopistas, me liberaré del levante y del bochorno húmedo de la costa gracias al aire acondicionado. Comeré como Dios manda sin ser tratado como un guiri, me moveré a mi antojo por la ciudad sin estar pendiente de horarios ni obligaciones, aprovecharé las rebajas y por las noches pasearé junto al río o disfrutaré de las veladas del Alcázar.

Alguna mañana iré al museo de Bellas Artes y admiraré sus obras en la más absoluta soledad, otro día madrugaré para ir a algún monasterio de clausura y disfrutar de la paz del claustro y de los cánticos de las monjas en la misa conventual. La ciudad se ofrece estos días en toda su pureza. Basta con no aparecer por la zona turística, aún menos a las horas claves. Tardes largas y apacibles dedicadas a la lectura y a la preceptiva siesta, mientras desde mi balcón veo pasar turistas frititos de sed, como Antoñito Procesiones, bajo un sol de justicia y sin un árbol que les cobije. Afirma Claudio Magris que el auténtico viaje comienza cuando se regresa y se idealiza, olvidándose los malos ratos y las dificultades. Pues yo ya estoy aquí, en casa, cómodamente instalado y más barato imposible, disfrutando doblemente de mi ciudad y de mis vacaciones.

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