La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
La aldaba
Nos cuentan que se invertirán 9,5 millones en la reforma del Estadio de la Cartuja para aumentar el número de plazas hasta las 75.000 (doce mil asientos más de los que tiene)y que pueda acoger partidos del Mundial de Fútbol de 2030. El estadio es una suerte de pariente tonto, improductivo, metepata y al que no podemos dejar tirado. Nos esforzamos en que sea uno más, lo consideramos al mismo nivel que el familiar más avezado, lo sentamos en un asiento principal en las celebraciones y ejecemos de cantor de sus hazañas a la mínima oportunidad. Su construcción fue un error de libro. No sabemos qué hacer con el edificio, gastamos mucho dinero público en que tenga rentabilidad y en proyectar su imagen como infraestructura útil para la ciudad. La Junta y el Ayuntamiento tienen un verdadero lastre con este estadio. Si fueran los tiempos de Joselito con la Monumental de San Bernardo, haríamos bien en echarlo abajo. Fue un empeño de Alejandro Rojas-Marcos, que siempre ha defendido con buen criterio que en los cargos hay que quemarse, lo cual se agradece con tanto político tacticista que sufrimos, pero aquello fue un pasada, un fracaso, una exageración y una losa. No nos hacía falta otro estadio, sino la red de Metro completa (¡una línea tenemos tantos años después!), la conexión ferroviaria entre Santa Justa y el aeropuerto (que ahora se suplirá con un tranvibús), una SE-40 completa (nos han dado el gato de los puentes por la liebre de los túneles) y un aeropuerto que no estuviera especializado exclusivamente en viajeros de bajo coste, por poner solo cuatro ejemplos.
El estadio es un criadero de jaramagos en el que hay que forzar sus usos para que parezca útil y diseñar una imagen de rentabilidad. Algún ingenuo se creerá que las finales de la Copa del Rey que se han celebrado en su terreno de juego (tras quedar las calles del centro hechas un estercolero) son por la brillantez de sus instalaciones y por la perfecta comunicación del estadio con el resto de la ciudad (tururú). Ay, qué risa. Las primeras cuatro finales nos salieron a todos los andaluces por 4,8 millones de euros en función del convenio con la Federación Española de Fútbol. Es el clásico argumento de una película de domingo por la tarde de Antena 3:el papá pudiente de la criatura (la Junta) se rasca el bolsillo para que el hijo tonto (el estadio) tenga amigos por horas. Tal vez sea mucho peor dejarlo abandonado como el Canal de la Expo y que en pocos años sea objeto de una recalificación urbanística para que acoja más hoteles (ya tiene uno)y bares de copas. Todavía pagamos los efectos de la depresión posterior al 92, la gravosa factura de una ambición imprudente.
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