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La ciudad y los días

carlos / colón

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SI seguimos todos mintiendo, diciendo que lo que está pasando ya ha pasado antes, que se trata del cambio de los tiempos a los que la Semana Santa ha sabido adaptarse saliendo siempre vencedora, que también se denunció el giro isabelino de mediados del XIX como pérdida de religiosidad y auge del espectáculo cívico, y después se volvió a denunciar con los mismos argumentos el giro regionalista, cuando lo que estaba naciendo en el primer caso era la Semana Santa de las Antúnez, Patrocinio López, Teresa del Castillo o Font Marimont y en el segundo la de Ojeda, Olmo, Farfán, Torres, Centeno o Font de Anta… Si seguimos todos mintiendo, celebrando la cascarria actual o ignorándola, lo poco o mucho que de la Semana Santa se pueda salvar también se perderá.

Los mejor intencionados están actuando como Juana la Loca creyendo que Felipe el Hermoso está dormido en vez de muerto. En los peores casos se trata de horteras que están encantados de achicar lo que fue grande -en su dimensión burguesa y seria o en la popular y alegre- a las minúsculas proporciones de su irrefrenable mal gusto, irremediable ignorancia y absoluta carencia de sentimientos profundos, religiosos o profanos.

Y no me vengan con que este diagnóstico ya lo establecieron, equivocándose, Latour en 1855 ("La vanidad ha reemplazado a la fe: aquella que cuenta con más cirios y más penitentes se vanagloria de su éxito sobre las demás… Si levantáramos el antifaz del primer penitente que llega, encontraríamos al hombre indiferente de nuestros tiempos") o Bécquer en 1869 ("Habiendo atravesado una larga época de decadencia, han salido de ella merced no tanto al fervor religioso que las dio vida como al espíritu de especulación y vanidad… Un espectáculo público con sus puntas y ribetes de bufonada").

No me vengan con esta tarara porque lo que pasa en 2015 nada tiene que ver con lo que pasaba entonces o en 1929. Llevamos tanto tiempo encerrados con el cadáver de la Semana Santa que no notamos la pestilencia de su descomposición. Y lo peor es que a la mayoría más le gusta cuanto más podrida está. Historiadores, teóricos, informadores, imagineros, compositores, diseñadores, consejeros, cofrades, clérigos, turba y cuantos tienen algo que hacer o que decir legitiman los horrores y aplauden los errores. No es cuestión de romper tan perfecta omertà que sostiene esta cosa nostra. Si así les gusta, que así la disfruten.

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