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La tribuna

Manuel Fco. / Sánchez Blanco

Entre lo heredado y lo adquirido

DICEN mis hijos que todo aquello que les molesta de su cuerpo, (sudoración excesiva, cabello reseco, etc.) lo han recibido de mí, pues yo soy portador de esos caracteres físicos, y otros, supongo, algo menos molestos que ellos prefieren callar por gastarme una broma, o quizás no.

Los humanos somos réplicas de nuestros padres, copias casi idénticas pero no iguales. El ADN es una estructura química constituida por una doble hélice de moléculas, unidas entre sí por pares de bases. Allí se encuentra el almacén de la herencia, de la información hereditaria que se transmite de una generación a otra. Los Habsburgo sabían mucho de herencia y probablemente nada de esa transmisión. Ellos poseían un labio característico que se transmitía de generación en generación (hasta 28 generaciones seguidas), sin librarse ninguna de ellas de esta deformación, que incluso no les permitía masticar (Carlos II, rey de España).

Pero la verdad es que yo puedo transmitir a mis hijos mis rasgos o no. Fue G. Mendel, un monje muy peculiar, quién en 1866 publicó su famoso artículo sobre las plantas del guisante, donde explicó las causas de lo anterior; pero hubieron de pasar ¡39 años! Para que se le hiciera caso a este adelantado de la genética (suele ocurrir en ciencia).

Seguramente mi incapacidad de entonar correctamente una melodía (carencia de musicalidad), la transmitiré a algunos de mis hijos o nietos. Esto es debido a que los factores específicos que se transmiten de padres a hijos, denominados genes, se presentan por pares; recibiendo los descendientes uno de cada progenitor. Mendel descubrió que hay genes recesivos y genes dominantes; cuando un gen es recesivo, un individuo tiene que tener dos copias del mismo para que se manifieste el rasgo correspondiente. El labio de los Habsburgo es transmitido por un gen dominante, sólo hace falta que uno de los padres lo aporte. Todo lo anterior sería lo heredado.

Pero afortunadamente no somos sólo consecuencia de nuestra herencia genética (sería terrible que así fuese porque hablaríamos entonces de manipulación genética en humanos, de eugenesia negativa y positiva, de racismo y de nazismo; una de las grandes vergüenzas de la genética. No hay que olvidar que el Holocausto fue la culminación de la eugenesia nazi, que a su vez la copió del movimiento eugenésico norteamericano), sino que interviene otra variante fundamental en la conformación del individuo, como es la educación recibida, el entorno donde vive, la crianza que recibe, los factores medioambientales donde se desarrolla, en definitiva, lo que hemos llamado: lo adquirido.

Por qué esa música que suena me llega tan adentro, si es la primera vez que la oigo, (me refiero, por ejemplo, a la música hebrea de la diáspora sefardí, que interpreta de modo magistral Jordi Savall y su grupo). La siento mía y sus melodías me transportan a épocas lejanas, a tierras desconocidas pero a la vez tan cercanas. Es como una llamada a lo que fuimos, como un regreso de donde partimos. Suenan las guitarras, su punteo misterioso habla de lamentos y alegrías; tambores y timbales proponen un ritmo tan nuestro, tan de nuestro pueblo, que me sorprende; las flautas contrapuntean su melodía… Y el corazón me dice que hemos llegado a nuestro sitio, que éste es mi sitio. Cierro los ojos y veo la altiplanicie reseca y pedregosa atravesada por mil caminos, que esta noche el viento borrará. Y es cuando entreveo, allá en el horizonte tembloroso, la sonrisa de los míos, de los que me precedieron.

¿Portan mis genes esa información de mis ancestros, o por el contrario todo es debido a mi educación y crianza? La musicalidad es un don que se transmite por un gen específico. Los humanos somos iguales en un 999 por mil y diferentes en un 1 por mil (minúscula diferencia, que bastaría para persuadir a quienes se creen diferentes), en este 1 por mil va mi incapacidad para entonar o mi capacidad para las matemáticas. 23 pares de cromosomas y unos 23.000 genes contenidos en ellos, eso somos. Si mi naturaleza, es decir mi herencia genética, me ha negado el don de la música como intérprete, mi educación y mi crianza me han hecho sensible a ella, y si bien nunca cantaré como Dulce Pontes, por ejemplo, sentiré sus canciones muy adentro y viajaré con ella por esa tierra tan próxima y hermosa a la que pertenece. Todos los seres humanos, todos, tenemos un don heredado o adquirido, tanto da, encontrarlo y desarrollarlo es el reto de una vida razonablemente bien aprovechada.

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