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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

El hombre-anuncio

Bromas del destino, el periódico en el que empezó ahora es un Tanatorio

Reconozco que nunca entendí las cotizaciones de bolsa, la diferencia entre ciclones y anticiclones ni los módulos de publicidad. Aprendí en el colegio a resolver el área de un triángulo, un cuadrado y hasta de un paralepípedo, pero nunca fui capaz de determinar la superficie de un anuncio publicitario. Lo cual, llevando casi medio siglo en el oficio, no tiene perdón de Dios ni de Mariano de Cavia.

Cuando empezábamos, teníamos una visión romántica, bohemia, nos sentíamos soñadores de un comunismo de primicias salvadoras del ingrato mundo. Y notábamos sobre nuestras ilusiones oníricas el zarpazo de la realidad. Esa historia tenías que reducirla o incluso aplazarla porque había que anunciar las bondades de un perfume, de un automóvil o de un candidato a la alcaldía. Los periodistas soñábamos con un comunismo reparador y los publicistas encarnaban el capitalismo feroz sin el que no seríamos capaces de sacar ni un periódico a la calle.

La noticia de la muerte de Rafael Marín me llegó desde Colombia. Me la dio nuestra común amiga Aurora, viuda de Ignacio González, colombiano que era jefe de diseño de Diario 16 Andalucía donde Rafael puso en marcha el departamento de Publicidad. Lo conocí mucho antes, en El Correo de Andalucía, periódico en el que desembarcaron, como caballeros de Fernando III, una legión de cordobeses: Paco Luis Córdoba, Manolo Fernández, Antonio López, Miguel Ángel León, Rafael Camacho, el propio Antonio Uceda, que llegó a ser consejero-delegado, y un jovencísimo Rafael Marín. Tan joven que en el funeral sus dos hijos Rafael y Alejandro, custodios del dolor de María Luisa, eran como dos gotas de agua de aquel prestidigitador de milagros comerciales. Se repartieron las lecturas en la ceremonia que ofició Borja Medina, director espiritual del Gran Poder. Una de las lecturas era de San Pablo, patrono de los publicistas. El mismo día jugaba en San Mamés con el Alavés un Rafael Marín sevillano de Carmona de la cantera del Madrid.

De joven hablaba como una persona mayor y ya entrado en años rezumaba una vitalidad envidiable, como si hubiera firmado un pacto con el diablo, que por Abderramán, Góngora o Manolete debía tener algún pariente cordobés. En aquellos inicios en el periódico de la Carretera Amarilla (que hoy es un Tanatorio, las bromas del destino) me encargó un suplemento publicitario dedicado a los Seguros. Faltaba una página y metí con el calzador de la bisoñez un cuento de seguros del tiempo de los romanos.

Nunca verían su firma en los periódicos en los que trabajó, pero probablemente sin él y otros como él haría mucho tiempo que los periódicos habrían desaparecido de la circulación. En el último libro de Eduardo Jordá leí un encendido elogio de los fenicios: nos dejaron la escritura, el comercio, pero no se les conocen grandes generales ni batallas memorables. Rafa Marín era un fenicio de Córdoba cuyo nombre cabía en un ataúd del Tanatorio de la SE-30 (por justicia poética debería convertirse en la redacción de un periódico dirigido por Javierre) y en el mullido césped de San Mamés donde intentaba frenar las incursiones de los hermanos Williams.

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