La ventana

Luis Carlos Peris

La ingratitud no es de bien nacidos

ESTÁ más que comprobado que el mayor enemigo de la fiesta taurina no está en esos mercenarios del grito que incordian a los que han abonado el precio de una localidad para ver su espectáculo favorito, ni siquiera en esos mandarines vascos que en un alarde de autoritarismo antidemocrático prohíben la corrida en Illumbe. El mayor enemigo, el único que puede socavar los cimientos del toreo está bien dentro. Y ahora no me refiero a empresarios que ponen precios abusivos ni a ganaderos que aguaron la sangre brava. Me refiero a esos toreros que muestran un desagradecimiento increíble hacia unas instituciones que mantienen la llama viva mediante la entrega de premios a los coletudos. Y pasa que esos agraciados hay veces, muchas veces, que desprecian el detalle y pasan olímpicamente de ir a recogerlos. El último, El Juli; otras veces, Manzanares y así que el que esté libre de pecado...

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