NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Prohibir la prostitución es cuando menos una ingenuidad altisonante. Condenarla desde el puritanismo, una hipocresía. Recurrir a su consumo, una degradación, un gozo triste. Promocionar su negocio una ignominia. Escandalizarse por su existencia una impostura de algunos que suelen consumirla. Acusarla de los males de este mundo una falacia. Es al revés, porque siguen existiendo la esclavitud, la marginalidad, la explotación sexual unida a otros consumos, porque genera dinero sucio y es muy rentable, existe la prostitución. Por eso prohibir la prostitución es una forma de cerrar los ojos y aumentar su negocio clandestino, no de acabar con ella. Mejor sería acabar con lo que la genera.
Arrastran las sociedades a lo largo de los siglos la visión deformada de sus pecados, unas veces para sublimarlos y otras para escandalizarse por ellos. Las artes en su mayoría se nutren de las debilidades humanas. Quizás, porque en el verdadero arte cabe todo menos la impostura y porque la flaqueza nos desnuda y nos define. Qué sería de la literatura, del cine, de la pintura, incluso, qué sería de algo tan abstracto como la música, sin la mirada deformada que da en muchas ocasiones el rendirse a los instintos y mirar ciegamente desde ellos. Las religiones también, a su manera, necesitan nuestras flaquezas para protegernos y prevenirnos de ellas, para ofrecernos un goce distinto y elevado que nos salve y limpie de todo mal. No en balde nuestro sabio idioma tiene incontables palabras para designar el más viejo de los oficios.
Cuando oigo que van a prohibir la prostitución como un logro social me encojo de hombros y no salgo de mi perplejidad. Es como si anunciaran a bombo y platillo el cierre de los hospitales para acabar con la enfermedad. Las políticas en estos asuntos se pierden entre la prohibición, la legalización, la protección o el sutil maquillaje, falsas señoras de la caridad que nunca miran de frente pues la prostitución y lo que esconde no tienen fácil solución. No hay rincón del mundo ni persona que se salve porque, todos, de un modo u otro, podemos prostituirnos. Cualquier problema hay primero que entenderlo y después que atenderlo. Con humildad y sin frivolidades. Lo demás es calculada propaganda.
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