El otro lado de este artículo

03 de octubre 2025 - 03:10

En la sala de espera de Urgencias, la señora del asiento de al lado se levanta para coger el Diario de Sevilla que alguien se ha dejado sobre una silla vacía. No, por favor, que no lea mi columna delante de mí. Hay lectoras avezadas, grandes fisonomistas, que incluso pueden llegar a reconocer a la articulista que, en gafas y pijama –perjuraré que es un chándal–, tiembla febril a su vera. Por suerte, la señora dobla el periódico y lo usa de abanico. La flojera que procura la febrícula –alberga su puntito de delirio– me hace sonreír al recordar aquella vez que, en la camilla de operaciones para una cirugía menor, el doctor, bisturí en mano, citó de cabeza una frase de mi artículo del día. Pedí doble ración de anestesia. Me alivió mucho que me confesara que le gusta lo que escribo.

Y así, sucede que en esta ciudad tan grande como pequeña, quienes escribimos en los periódicos locales nos vemos a menudo atravesando el muro de tinta que nos separa de quienes nos leen, y se produce el encuentro. Nunca se da el desencuentro, a lo sumo la frase “Te leo, pero que sepas que no estoy de acuerdo con lo que escribes”. La respuesta me sale del corazón: “No es necesario, yo a menudo tampoco estoy de acuerdo conmigo misma. No aspiro a convencerla, sino a dar que pensar”. Qué diferencia, los encuentros fortuitos con lectores en el bus o la cola del súper, con respecto a los de las redes sociales y otros espacios de ciberanonimato, donde campan a sus anchas individuos desatados que aún no saben por dónde meterse el odio. Cualquiera con un poco de sentido común sospecha cuánto tiempo hay que dedicar a tales infelices. Hasta el columnista más equidistante ha recibido su ración de inquina de quienes confunden la libertad de expresión con la barra libre.

Con el paso de los años, los artículos y los encuentros casuales, he sacado conclusiones y vivencias muy felices. La primera es constatar que nos podemos entender, que personas disímiles en apariencia no estamos tan lejos, y compartimos mirada. La segunda es que, con algunos lectores, surge una relación basada en un diálogo silencioso, que sucede por lo bajo y se confirma en dos o tres palabras por wasap o a veces en mails en los que alguien desconocido agradece nuestro trabajo. No siempre –hoy mismo, que sigue subiendo la fiebre y la intensidad de los estornudos– trabajamos en perfectas condiciones. Lo bueno es que nunca es en vano.

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