El Poliedro
Tacho Rufino
¡No hija, no!
Más que por vocación, uno es provinciano por descarte de vivir en un tornado capitalino y por un grato encaje laboral. A modo de detalle, la condición de nativo tiene una ventaja, entre muchas otras: la de poder llevar bajo el brazo el periódico que te dé la gana sin que nadie se meta en si eres de esto o de lo otro. Dirá usted que ir con un diario bajo el brazo es como moverse en Vespino o fumar Ducados, pero es lo que hay, particularmente los domingos: uno compra dos, más la suscripción de buzón que a veces me birlan, y se pega una matiné que no se la salta un galgo ni tres cafés, ni siquiera un aperitivo con garbo. A lo que vamos, las dos últimas veces que he estado en la capital –creo que da igual cuál, si Madrid, Barcelona o Ginebra–, al alojarme en un barrio de a mucho mil el metro, disimulaba alguna cabecera: en particular la de El País, que siempre he leído en papel los domingos. Los otros no los mencionaré, no vaya a ser que los soldados civiles, que van abundando, me señalen por “equidistante” cual vértices de equilátero, ese estigma de los tiempos enfrentados: “y tú, ¿de quién eres?”. Cada día, un ejemplar de esta casa sí paseo hasta el trabajo. Una de las ventajas de la lejanía del epicentro es el periódico local.
Resulta que El País, que ha sido sociata de toda la vida y sigue siéndolo en su mutación Pedro, ha publicado una encuesta en la que se concluye que el 60% de los españoles cree que la amnistía es “un privilegio”. Más abrumador es el 85% que considera que este movimiento del PSOE no se debe, según nos vende el ministro Montesquieu, Bolaños, a la búsqueda de “convivencia” en y con Cataluña: se debe a “poder gobernar”; ciega la gente, no es. De esto a nadie le deben quedar dudas, y menos si lo estima un barómetro de Prisa. A mediados de verano y a toque de corneta, el socialista de a pie dio en su interpretación del procés y la amnistía un giro como el del pescuezo de Regan la de El exorcista. Ahora se trata de aritmética democrática: se trata de pactar y, sobre todo, sobre todas las cosas, de “parar a la ultraderecha”. Este argumento omnipresente es como lo de “por mi hija mato”. No hay más que hablar: es Vox el culpable de que España desde su Ejecutivo se baje los pantalones y algo más en la capital suiza, la muy neutral y del dinero tararí, delante de la quinta fuerza política de Cataluña y con un tipo salvadoreño de árbitro, ¡alucinante! Como le cantaba Carlos Cano al Papa hereje, aquel del Palmar de Troya: “Clemente [Presidente], no te quedes con la gente”.
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