¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La revolución del pesebre
MI carro me lo robaron estando de romería... Eso es lo que pasa cuando nos vamos de fiesta, que con el jaleo y las copas bajamos la guardia y vienen los cacos a hacer su agosto. Manolo Escobar, como si fuera un preferentista, perdió su carro de la noche a la mañana, un utilitario que cuidaba para dejar los clavos de sus ejes como los chorros del oro. Era un carro tuneado, que había cuidado con mimo para camelar a las niñas del pueblo, para llevarlas a la luna en su habitáculo, ains, según desgranaba esta rumba-lamento digna para una cúspide festera.
En 1969 los coches camperos eran para las canciones del verano, para engatusar a suecas o a catalanas remilgadas para que se levantaran la falda, en busca del carro o de lo que hiciera falta. En 1969 vivíamos en una era de la marmota en la que nada parecía moverse, excepto los turistas con divisas.
El gran Manolo lloraba cantando la pérdida de su pequeño pero valioso patrimonio. Una fortuna de hidalguía española que quedaba expuesta a los pícaros que merodean por los caminos y roban carteras en las verbenas mientras la gente baila agarrada.
Lo que más lamentaba Escobar, con su sonrisa desabrochada, arreglado pero siempre informal y pinturero, es que su compañero, su vehículo, estaría vagando sin rumbo fijo en manos poco amistosas, dispuestas a desguazarlo sin piedad. ¿Dónde está mi hipoteca? ¿Dónde está mi prosperidad? Dónde está mi sobre, se canta ahora cuatro decenios largos después, cuando ya estábamos acostumbrados a cambiar de carro como de corbata. Al plañidero almeriense ahora irían muchos a sumarse a la oficina de objetos perdidos. Mi carro sonaba en el cassette de aquellos últimos emigrantes de maleta cuadrada que iban a por los marcos. Ahora sería cuestión de ponerlo en el iphone, en Dresde, y volver a sentir el lamento de un tiempo que desapareció.
Según la copla el carro se encontró. Pero "sin atalaje". Pues ahora me buscan la palabra en Google.
También te puede interesar