Bendita lluvia que a guisa de oro molido está cayendo sobre nuestros campos y sobre nuestras vidas. Aunque tarde y a destiempo, rayando en la inoportunidad de dejarnos sin la maravilla del Corpus en la calle, la lluvia llegó, con demora pero llegó, que de eso es de lo que se trata. Y es que al paso que íbamos parecía que no iba a llover más y que la sequía no sólo se vestía de pertinaz sino que tomaba ropajes de plaga, como una de las diez que asolaron Egipto cuando el Antiguo Testamento y que tan bien descritas están en el Éxodo. Nos temíamos algo parecido de la misma manera que se nos eriza el vello en el temor de que se perpetúe Sánchez en Moncloa, pero Dios no ahoga por mucho que apriete y al fin llegó ese líquido elemento con sabor a rico maná. Nos dejó sin la Custodia de Arfe por la Plaza, pero gozamos de un Corpus intimista, solemne, inolvidable.
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