Siempre las noches de domingo son campo abonado para la tristeza. Son como resacas de lo que pasó y víspera imparable del lunes marrón. Así fue siempre y así será, pero es que anoche, con el domingo llegando a las tablas, se acentuaba más de lo habitual esa depresión. Ibas por la ciudad, por cualquier parte de la ciudad, incluida esa Alameda ya rompeolas de la Sevilla más lúdica, y se escuchaba el silencio. Con lo que había sido el meollo del fin de semana en que el Señor salió de San Lorenzo y la tristeza por la cercanía de un lunes cualquiera con su carga de obligaciones y de malos rollos. Pasará a los anales este fin de semana con letras indestructibles, pues hay que ver cómo se empleó Sevilla para lustrar la presencia del Señor en sus calles. Ha sido muy duro lo que hemos pasado y ver a Dios tan cerca fue tan inenarrable, que sólo la proximidad del lunes le puso sordina.
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