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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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La madre de Satán y la madre de Dios

Los dos tenían 17 años, una vida llena que encontró la muerte, una vida vacía que la buscaba

Todos los días salgo al balcón para despedirme de mi hijo Paco, que bien temprano va camino del instituto. Con la mochila a la espalda parece un alpinista. Tiene 17 años, la edad de los protagonistas de estos destinos cruzados. Dos chavales que vivían en dos pueblos de la Andalucía más luminosa. Montellano y Morón están separados por 18 kilómetros. En la época en la que viajaba con frecuencia a Olvera, donde conservo tan buenos amigos, eran los dos caminos posibles para ir a esta villa serrana que aparece en las Cartas de España de Blanco White. Montellano está en la ruta de los Pueblos Blancos. Su gentilicio es uno de los más curiosos: pancipelados. Era el pueblo de los hermanos Alfonso Eduardo y José María Pérez Orozco, tan inseparables como los Moreno Galván en La Puebla de Cazalla o los Álvarez Quintero en Utrera. Morón está en el atlas de la geoestrategia mundial por la base aérea que comparte con el término municipal de Arahal. Cuna de grandes cantaores, tuvo de alcalde a un conde que practicaba el polo y es patria chica de gigantes como Juan Antonio Carrillo Salcedo o Rafael Álvarez-Colunga.

En Montellano vivía un joven con 17 años. Una vida vacía dispuesta a causar la mayor destrucción posible. Nacido en Siria, país del que llegó a España huyendo de la guerra, fue detenido por la Policía el 21 de enero cuando probaba en el campo un explosivo denominado la Madre de Satán, un mortífero combinado de peróxido de acetona donde siguiendo los delirios del yihadismo pensaba cometer un brutal atentado en el instituto de esta localidad donde estudiaba. Oscuridad en los Pueblos Blancos.

En Morón vivía otro joven con 17 años. Un joven lleno de vida, una vida destruida por el infortunio. Al amanecer del jueves 25 de enero salió de su pueblo con su padre, su hermano, un tío y un primo. Iban a ver al Sevilla en el partido de Copa en el Metropolitano. El vehículo se vio involucrado en un accidente múltiple en Santa Cruz de Mudela, primeras estribaciones de la Mancha una vez cruzado Despeñaperros, una trampa tendida por la niebla, que es la guadaña de las carreteras. Antonio y su padre murieron en el acto; su hermano, de quince años, moría horas después en un hospital. Una casa completamente despoblada, con la soledad de una mujer sin los tres hombres de su vida. No era un relato de Juan Rulfo. Iban a un campo de fútbol y terminaron en el camposanto. Una aventura que tenía visos de El viaje a ninguna parte, porque en realidad eran los únicos que creían en la hazaña deportiva de un equipo en horas bajas.

Un joven de Montellano que buscaba la muerte, otro joven de Morón que la encontró. Todo el pueblo se volcó en los funerales de esta familia. La Policía evitó que Montellano tuviera que vivir un sepelio múltiple por la Madre de Satán. Antonio habrá sido acogido por la madre de Dios con la que su padre tenía buenos contactos en sus vivencias nazarenas. Dos vidas de 17 años. Y nos rasgamos las vestiduras porque un pintor elija como modelo a su hijo para representar el triunfo de Dios sobre la muerte. Que no es el final. Ni los cuartos de final.

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