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La manzana de Turing

Incluso Fumaroli se hizo eco de la especie que relaciona la manzana mordida de Apple con la muerte de Turing

Alan Turing no es sólo el informático que dio nombre al test de Turing, es también el matemático que descifró, durante la II Guerra Mundial, el complejo sistema de encriptación alemán, la célebre máquina Enigma, cuya revelación fue determinante en el resultado de la contienda. Ayer se cumplieron años de la muerte de Turing, quien se quitó la vida con una manzana infiltrada de cianuro, tras ser condenado a castración química en un juicio por homosexualidad. Esto ocurría en 1954. Isabel II lo indultará en 2013, si bien es cierto que ya era reina cuando Turing escogió el acerbo camino de la muerte. ¿Qué dirán sobre Turing los manuales de filosofía que ahora se editan? ¿Resaltarán su inclinación erótica, reprobarán su suicidio, entre socrático y blancanevino, o consignarán su importancia en la formulación de la inteligencia artificial?

Incluso Fumaroli se hizo eco de la especie que relaciona la manzana mordida de Apple con la muerte de Turing. Sin embargo, parece que no fue así y que dicha manzana guarda más relación con Newton y la gravedad, con su famosa siesta bajo el manzano, que con el dramático fin del matemático inglés, cuya muerte, no obstante, responde a una precisa y milenaria iconografía. Tal iconografía es la que vincula la manzana -y la granada- con el conocimiento y la sensualidad, como ya ocurría en la Babilonia de hace cuatro mil años, y como volverá a ocurrir en el Génesis con Adán y Eva. Lo extraordinario, entonces, no es que se haya atribuido un significado incorrecto a un logotipo empresarial; sino que, involuntariamente, oscuramente, se haya dado una interpretación mucho más "correcta" humana y culturalmente a esa imagen. Una interpretación que alcanza a la propia forma en que Turing escogió morir, mordiendo la manzana del conocimiento, y que cuadra mucho mejor (Turing es uno de los padres teóricos de la computación), con el símbolo de Apple que aquella manzana tentadora y brusca, pero inofensiva, que despertó a Isaac Newton de su modorra conceptual.

Uno se pregunta si Turing, gravado por el tratamiento hormonal, humillado por la condena pública, como aquellos inconsolables Adan y Eva de Masaccio, expulsos del Edén por un ángel flamígero, uno se pregunta, digo, si Turing era consciente de esta profunda simbología, que concierne al desterrado y al curioso, que señala a cuanto hay de humano en el corazón del hombre. Y la respuesta es que sí, y que acaso escogió aquella muerte para escenificar la naturaleza universal, el milenario linaje de su drama.

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