RATIFICAR al entrenador suele ser el paso previo a la destitución. Julio Velázquez ha sido ratificado por los que todavía manejan el Betis, por lo que bien haría el joven técnico castellano en poner sus barbas a remojar. Pasa que en condiciones de normalidad, el todavía entrenador del Betis debería tener sus barbas chorreando tras tanto tiempo como lleva en la cuerda floja. Por tanto, no debe cogerle de sorpresa una pronta destitución.
Y la pregunta es si procede o no la destitución de este entrenador. No tengo apenas aptitudes como augur y, por tanto, no sé si es bueno o malo que se vaya cuando acaba de cumplirse el primer cuarto liguero. Y no lo sé, entre otras cosas, por la sencilla razón de que los que manejan la barca, desde Bosch a estos de ahora, tienen la muy rara habilidad de hacer que todo tiempo pasado fuese mejor; esto es, que el entrenador sustituto lo haga mucho peor que el sustituido.
Además, el partido de Pamplona me ha sumido en un mar de dudas que me pone aún más complicado el veredicto. Cuando creí que el técnico estaba amortizado por la falta de fútbol del equipo, resulta que en El Sadar aflora un juego que incluso está fuera del alcance de un montón de equipos de Primera. Ahí se produce la caída del caballo por la que, de inmediato, empiezo a pensar que el tal Velázquez tiene mucho que decir y que no es el desmañado que parecía.
Y para que el mar de dudas se convirtiese en un océano, la imagen del segundo tiempo. Y me permito decir si esos groserísimos fallos de profesionales como Molinero con su recital de faltas evitables, cómo se desprotege el primer palo o cómo va Adán a un balón que él mismo convierte en asistencia de gol son debidos al trabajo del entrenador. En la parte alícuota de su haber, el recital del primer tiempo; en su debe no sé si colocar la ineptitud de ciertos profesionales. Por tanto...
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