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cÉSAR rOMERO

17 de mayo

Calabresi revive a su padre,y a los de otras víctimas del terrorismo de aquella Italia

Por una azarosa coincidencia han caído a la vez en mis manos dos libros sobre el asesinato del padre escritos por uno de sus huérfanos: Cómo maté a mi padre, de la colombiana Sara Jaramillo, y Salir de la noche, del italiano Mario Calabresi. Éste, recién traducido al español, es anterior a aquél, llegado a España el año del confinamiento. Otra coincidencia, más azarosa aún, los une: ambos fueron asesinados un 17 de mayo: el italiano, de 1972, cuando su hijo acababa de cumplir dos años; el colombiano, de 1991, cuando su hija frisaba los doce. Y hasta ahí llegan las similitudes.

Uno acaba el libro de Jaramillo sin saber cómo se llamaba su padre, a qué edad lo asesinaron, a qué se dedicaba (“repartía justicia” dice el texto, por lo que puede deducirse que era juez, aunque sean contados los jueces que en verdad la reparten). Hacia el final revela que lo mataron por error. No hace falta mediar el de Calabresi para saber que el suyo se llamaba Luigi (Gigi para su familia), que era comisario de policía en Milán, cuando los llamados años de plomo, que lo acusaron de defenestrar a un anarquista desde su despacho, anarquista que le había regalado años antes la Antologíade Spoon River, y que lo asesinaron a los 34 años. Mucho tiempo después el valeroso juez D’Ambrosio sentenció que la acusación era falsa, y una medalla concedida por el presidente Ciampi limpió, algo, su aún mancillada memoria. Jaramillo dedica más páginas a hablar de uno de sus cuatro hermanos, drogadicto que acabó estrellado contra un autobús, que de su padre. Calabresi no sólo habla del suyo sino de otros, también asesinados en la Italia de los años 1970 y 80, cuyos hijos, como él, crecieron con esa ausencia, y se la cuentan.

Calabresi sólo guarda dos recuerdos, dos fogonazos, de su padre. Los reconstruye con ayuda materna, guarda ese tesoro. Jaramillo atesora más, aunque cuente pocos. Uno tiene la sensación de que el italiano busca las historias similares acaecidas en su país para ahondar en la memoria de su padre, y cuenta el dolor de huérfanos y viudas para narrar de manera indirecta su dolor, y el de su madre y sus hermanos. La colombiana, en cambio, desde la primera línea hasta la última habla de sí misma: es un sol que ensombrece cuanto gira en torno a ella. Cada cual escribe los libros que quiere, o puede. Pero cuando uno abre alguno sobre un padre arrebatado piensa que el hijo, aparte de exponer su herida, busca prolongar, mediante el artificio que es la ficción, esa vida ya ida, hacerlo revivir en sus páginas, y que los posibles lectores lo conozcan un poco, lo hagan suyo. Ciertamente la Jaramillo acertó de pleno con su título, pues más que revivirlo pareciera rematarlo con su obra. Todo lo contrario que Calabresi, que revive a su padre, y a los de otras víctimas del terrorismo de aquella Italia, desde las primeras páginas hasta la escena final de su encomiable Salir de la noche.

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