La ventana

Luis Carlos Peris

lcperis@diariodesevilla.es

Si se muere de verdad, respétese

Tristemente, el toreo ha de pagar el carísimo peaje de una muerte en el ruedo para que se reconozca su grandeza. No me refiero a la chusma que insulta bajo el argumento de que son más amigos del animal que del hombre; o sea, de sus auténticos congéneres. Me estoy refiriendo a los que se consideran aficionados y que, en aras a una exigencia desmesurada, sólo ven fraude y picaresca en los corrales. No quiero ser ventajista, pero cuando un torero muere en la arena, y el sábado cayó uno en una plaza de pueblo francés, parece como si se abriese una tregua en ese nivel tan desorbitado de exigencia. No hay por qué recordar que el toreo es el único espectáculo en el que, sin necesidad de accidente, se muere de verdad. Solamente ese detalle debería ser suficiente para que el torero reciba el respeto que se merece y que tanto se le regatea por ciertos aficionados.

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