¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Negros por las calles

No es la primera vez que llegan negros a nuestra ciudad. Antes, en el Siglo de Oro, venían como esclavos  Nuevas historias de los negros de Sevilla

Exposición de arte africano en Sevilla.

Exposición de arte africano en Sevilla. / DS

LLevaba tiempo pensando en cómo hacerle un pequeño homenaje a Juan Fernández Valverde –maestro de latinistas sevillanos y traductor de Tito Livio, Marcial y Ovidio– fallecido el pasado mes de octubre en Sevilla. Y hoy, al leer la noticia de que el Gobierno central está alquilando pisos turísticos para acoger a senegaleses que llegaron a Canarias en la última oleada de cayucos, he recordado, como cualquier antídoto ante la xenofobia o el racismo, que él fue el que me hizo ver que El sermón de la montaña es uno de los textos fundadores de la Civilización Occidental. Sin la compasión y el amor al prójimo que el cristianismo insufló a Roma, nuestra sociedad sería más cruel de lo que es en la actualidad, por mucho que la historia de la Iglesia esté repleta de violaciones de esos principios que el Nazareno predicó al norte del Mar de Galilea. Los senegaleses, al menos por mi parte, son absolutamente bienvenidos. Es el sagrado principio de la hospitalidad. No es buenrollismo rousseauniano. La multiculturalidad ha sido uno de los grandes errores de la Europa reciente y la inmigración desordenada y sin control legal, a la larga, puede provocar importantes problemas de convivencia, sobre todo en los barrios más desfavorecidos, que son siempre los que pagan el idealismo humanitario de los políticos. Una política migratoria sin regulación (incluida la policial) es dar un paso al abismo.

Pero antes que las cifras, las ideologías, y las razones de estado están las personas. En su hermoso y conocidísimo poema Palabras para Julia, José Agustín Goytisolo escribie: “Un hombre solo, una mujer/ así tomados, de uno en uno/ son como polvo, no son nada”. No puedo estar en más desacuerdo. Una persona sola lo es todo, porque es depositaria de algo que jamás tendrán la masas: la dignidad, el ser depositaria de aquello que en otros tiempos se llamaban “valores eternos”. Antes que senegaleses, negros, varones o mujeres, estos hombres que hoy pasean entre asustados y esperanzados las calles de Sevilla son personas, una realidad ante la que sólo nos queda quitarnos el sombrero y dibujar con donaire una reverencia. No es la primera vez que llegan negros a nuestra ciudad. Antes, en el Siglo de Oro, venían como esclavos para servir en casas y talleres. Cervantes nos habló de ellos en El celoso extremeño. Las huellas de la vieja negritud aún siguen presentes en el callejero de la ciudad (calle Conde Negro), en las cofradías (Los Negritos y El Calvario) o en el eco de sus atambores en Rodrigo Caro o Altamira. En el antiguo Corpus, antes de que lo domesticasen los Montpensier, sus danzas frenéticas ante el Altísimo eran de lo más destacado de la procesión. Hoy llegan en avión y con gastos pagados. En algo hemos avanzado. Bienvenidos de corazón. Ahora le toca al Gobierno impedir que esto se convierta en un problema.

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