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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Tu nombre, Amargura

Lo más aleccionador es que la Amargura alce su profesión de fe desde el abismo de su dolor

Es tu nombre, Amargura, la única advocación sobre la que pesa una dura carga de negatividad. Angustias, Mayor Dolor, Traspaso, Dolores, Penas, Tristezas, Lágrimas o Soledad nombran los padecimientos que la Virgen sufrió con resignado dolor durante la pasión. Amargura, en cambio, alude a la rebeldía y la protesta suscitadas por esos padecimientos, al dolor intolerable e inconsolable de ver como muere, tan cruelmente, su hijo. Hay una diferencia fundamental entre estar angustiada, dolida, apenada, triste o sola y estar sumida en la amargura, es decir, amargada. Se puede afrontar con resignación, o al menos intentarlo, la angustia, el dolor, la pena, la tristeza o la soledad, pero no la amargura. Es una reacción de resentimiento ante el sufrimiento más abrumador, una protesta ante una injusticia intolerable, un grito alzado contra el destino o contra el mismísimo Dios. La Amargura es el "¿por qué me has abandonado?" de María.

Está expresado con la mayor dureza en el pasaje del Libro de Rut escrito en los muros de San Juan de la Palma: "No me llaméis Noemí, que quiere decir hermosa, llamadme Mara, que quiere decir amarga, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me fui y el Señor me trae vacía". Noemí pronuncia estas palabras como un reproche al Todopoderoso que ha permitido la muerte de sus dos hijos.

Esto es lo que se representa en el rostro y en el gesto de la Amargura: un brevísimo gesto de rebeldía contra el Todopoderoso, una milésima de segundo de protesta contra sus designios, incluso un instante de duda, tan fugaz, desde luego, como fuerte era la fe de María; un gesto tan breve que parece milagroso que Hita del Castillo, al remodelarla para componer su trágica conversación con San Juan -o no conversación, porque ella le vuelve el rostro-, pudiera captar lo que solo la instantaneidad de la fotografía es capaz de apresar. La Amargura es una instantánea esculpida, como las de mujeres devastadas por guerras y catástrofes. Quizás por eso nunca fue más ella que en la foto trágica del cajón.

Lo más conmovedor, y sobre todo lo más aleccionador, es que la Amargura alce su profesión de fe desde el abismo de su dolor, Madre del consuelo inefable en la que parecen cumplirse estas palabras de Simone Weil: "Para lograr el desapego total no basta con la desgracia. Es necesario una desgracia sin consuelo. Es entonces cuando desciende el consuelo inefable".

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