Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El verano se agota y hay quien ya habla de nostalgia. Dudo de lo que haya podido regalarnos de bonanza. Nostalgia de aquel “reventón térmico” en la costa tropical granadina. Nostalgia de las picaduras por peces araña y medusas. Nostalgia de aquella tormenta de calima que a usted le pilló en Pozoblanco por vacaciones. Nostalgia de la calentura térmica del agua en tantas playas de la sopa mediterránea. Nostalgia de atravesar por carretera la mejor España bajo la triste fumarola de los incendios. Nostalgia de las muchas muertes por golpes de calor. Nostalgia por los ahogamientos en las playas con socorristas mal pagados. Nostalgia de El Palmar y Puerto Sherry sin que se haya podido descansar por el maldito ruido nocturno. Nostalgia de los aterradores cruceros que contemplamos no importa si en Palma, Siracusa o Split. Nostalgia surfera por haber sabido pillar la gran ola de calor de agosto. Nostalgia mañanera por clavar la sombrilla en primera línea de playa antes que nadie. Nostalgia de los mosquitos trompeteros que nos desvelaron tantas noches. Nostalgia de las fiestas patronales y de los estribillos entre beodos contra un tal Perro Sánchez. Nostalgia por presumir ideológicamente de callo solar. Nostalgia de la falta de pájaros en el cielo por culpa del calor extremo. Nostalgia de haber ido a conocer la zona cero del colapso turístico en España: Barcelona. Nostalgia de sabernos pobres energéticos si buscamos refugios climáticos en la abrasada ciudad de cada verano. Nostalgia de contemplar el Guadiana a su paso por Badajoz cual río verde contaminado por la nueva planta devoradora: el nenúfar mexicano. Nostalgia de estar tumbados en la playa viendo cómo desembarcan los inmigrantes de las pateras a la hora del aperitivo. Nostalgia de los hidroaviones que recogen agua del lago de Sanabria entre bañistas para atajar las llamas. Nostalgia de las ramas de los árboles que se caen al suelo por estrés hídrico en las ciudades abrasadas. Nostalgia del turismo de catástrofe que nos lleva a querer ver los pueblos quemados del noroeste para hacer fotos.
Nostalgia, en fin. En el telediario hablan ahora los expertos en fragilidad mental de este intervalo difícil entre la supuesta felicidad de las vacaciones que se esfumaron (léase el párrafo anterior) y la vuelta hostil al tajo. Lo llaman “nostalgia vacacional”. Ustedes dirán.
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