Hoja de ruta

Ignacio Martínez

El parque de atracciones

MENOS galletas y más fruta, decía el domingo pasado la portada del Magazine, el suplemento dominical de la mayor parte de los diarios del Grupo Joly. El reportaje contaba los esfuerzos para que los niños coman sano del cardiólogo Valentí Fuster, que colabora con los muñecos de Barrio Sésamo para que los pequeños aprendan a hacer ejercicio, se laven correctamente los dientes y duerman el tiempo necesario, en imitación de Epi, Blas y compañía. Triqui, el monstruo de las galletas, ha pasado de engullir hidratos de carbono a llenarse la boca con coloridas frutas y verduras.

Las nuevas herramientas que se entregan a los niños en las escuelas nos llaman mucho la atención, pero más importante que los ordenadores es que desde pequeños aprendan buenas costumbres. No sólo para su salud; también para su educación en la higiene, la disciplina, el respeto o el vocabulario. Una tarea que no sólo incumbe a los profesores, sino también a padres, medios de comunicación y hasta a la industria de la pastelería.

Los ordenadores son un avance importante. Pero es menos conocido que desde hace tiempo se da a los padres una lista con los alimentos que sus hijos deben llevar a la escuela, en la línea de menos galletas y más fruta. Pero sólo en preescolar se cumplen estas normas con facilidad. Después, pesa el capricho de los chavales, la influencia de la televisión o la falta de tiempo de los padres, que dan dinero al niño para que compre algo de camino al colegio. Y la industria no fabrica precisamente sano, según las pautas de Fuster, pero los engancha con cromos y pegatinas.

La disciplina es harina del mismo costal. Desde preescolar, con menos de cinco años, los niños desobedecen sin sentimiento de culpa alguno. La indisciplina, como la violencia o las faltas de respeto y de urbanidad no son atribuibles sólo a leyes inadecuadas o profesores insolventes. La mayor parte de las veces hay detrás padres desorientados. Como decía Elvira Lindo en El País, el domingo pasado: "Nuestros mayores nos dijeron que la vida era un valle de lágrimas; nosotros, como venganza, quisimos educar a nuestros hijos haciéndoles creer que era un parque de atracciones".

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