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Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

De paseo por la "manifa antifascista"

El antifascismo es una de las muchas caretas que se puede poner el totalitarismo. Que se lo pregunten a Orwell

Por curiosidad de plumilla y porque nos cogía de camino a la parada del tranvía (una vez más cortado a la altura del Archivo de Indias, como es costumbre de la Casa Consistorial) nos asomamos a la espontánea manifestación "antifascista" celebrada en Sevilla el pasado lunes. La jornada había sido calentada previamente por el agitprop de Podemos y las medias palabras de un PSOE aún noqueado por el desastre electoral del 2-D, que le condena a pasar a la oposición en Andalucía. Lo que vimos entraba dentro de lo esperado: dos o tres centenares de jóvenes que, en un ambiente de revuelta hormonal, protestaban porque 400.000 andaluces habían votado a Vox (sic), y algún yayomarx que, debajo de los adoquines de Gerena o Quintana, siguen buscando la arena de las playas de la Camboya de los jemeres rojos. La chavalería avanzaba y gritaba con esa sana y bendita mezcla de chulería y atolondramiento que da la juventud. Sólo algunos, muy pocos, ponían cara de chequista y recriminaban a los viandantes su pasividad ante el avance de "la bestia fascista" por los cansados campos de Europa. En general, lo que vimos ese día distaba mucho de lo ocurrido en Cádiz, con los sansculottes cosecha Kichi quemando contenedores y pegando e insultando a periodistas. No es raro, la tradición manifestante de la Bahía se ha forjado en los endémicos y pirómanos conflictos de los Astilleros públicos ("Guardia no tire pelotas, que pa' pelotas Puerto Real").

En un momento de la manifestación surgió, como un fósil emerge de un glaciar que se derrite, el grito principal: "Sevilla será la tumba del fascismo". No sabemos si la consigna guerrera llegó a la Basílica de la Macarena, pero sí lo que pensamos en ese momento: ¿Y por qué no mejor la tumba del desempleo, o el sepulcro de la corrupción, o el ataúd del clientelismo, o el traje de pino de los asesinatos de mujeres, o el mausoleo de la precariedad de los autónomos, o la cripta de la evasión fiscal, o el hoyo del despilfarro del dinero público, o la pirámide de la pobreza, o el pudridero de la manipulación histórica y el sectarismo cultural? Resumiendo, ¿por qué esos jóvenes, en vez de prestarse a ser carne de cañón de Pablo Iglesias -marqués de Galapagar- no se movilizan por los problemas verdaderos de Andalucía? Vox puede gustar o no, tener cosas execrables o no, pero es un partido legal que representa a un sector no desdeñable de Andalucía (¡12 escaños!). Pretender ignorarlos o invisibilizarlos es un ejercicio de totalitarismo político, de ese que se suele poner la careta del "antifascismo". Que se lo pregunten a Orwell.

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