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la ciudad y los días

Carlos Colón

Una polémica desenfocada

SE puede estar a favor o en contra de que Juan Pablo II tenga una estatua en Sevilla, y argumentar en uno u otro sentido. Pero difícilmente se puede compartir el argumento de que se trataría de una invasión abusiva del espacio público por tratarse de una personalidad católica. ¿Qué tiene que ver que la figura del Papa sea significativa únicamente para los católicos a la hora de dedicarle o no un monumento? ¿Por qué se considera ofensivo para los no creyentes que en un espacio público se sitúe la estatua de una personalidad religiosa?

¿Qué personajes representan un bien tan universal que afecte a todos -absolutamente a todos- los ciudadanos, y por eso sean dignos de ser recordados y celebrados con monumentos situados en cualquier calle o plaza sevillana?

Nadie, salvo tal vez los científicos, hace algo que afecte positivamente a todo el mundo. Fleming lo hizo… Y le quitaron el monumento que tenía en Sevilla. La penicilina, las vacunas, los trasplantes u otros avances científicos son bienes de universal aplicación que merecen un reconocimiento también universal. Fuera de ellos y otros pocos elegidos, ¿quién representa algo que todos los ciudadanos -todos, absolutamente todos sin que falte uno- hayan de agradecer y reconocer erigiéndoles un monumento en un espacio que por ser público es de todos? ¿Habrán de protestar quienes nunca pisan un museo porque Velázquez y Murillo tengan sus monumentos, los enemigos del cante porque lo tenga Manolo Caracol o quienes carecen de oído porque lo tenga Mozart? Gusten o no, y se disfruten o no sus obras, se supone que los cuatro hicieron aportaciones relevantes a la ciudad. Lo mismo puede suceder con una personalidad religiosa. ¿O es que Santa Teresa no merece un monumento en Ávila, San Juan de Dios en Granada o Santa Ángela en Sevilla porque eran religiosos?

La polémica del monumento a Juan Pablo II está desenfocada. Lo relevante no es que en un espacio público se coloque un monumento dedicado a una personalidad religiosa. Esto ofendería sólo a los laicistas primarios y comecuras. Lo que razonablemente se puede discutir es si el personaje -sea de Sevilla o salzburgués y masón, cantaor o cura- ha hecho por la ciudad algo que le haga merecedor de ello.

Sobre esta cuestión sí que puede discutirse razonablemente, es decir, aportando argumentos a favor o en contra. Otra cosa es incurrir en prejuicios desfasados, retroceder a un anticlericalismo primario, confundir el sano y necesario laicismo -que es la independencia del Estado de cualquier confesión religiosa- con la expulsión de los católicos de la vida y los espacios públicos.

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