El periscopio

León Lasa

¿Es positivo ser negativo?

EXISTEN tradiciones que, por muchos motivos, continúo observando cada Navidad, aunque me tachen de carcamal. Una de ellas empaparme de los magníficos artículos del Special Christmas Double Issue de la, probablemente, mejor revista de opinión del mundo: The Economist (www.economist.com). Entre las perlas que contiene el número que está ya en los quioscos, uno, por ameno, hilarante e inteligente, me ha llamado la atención: Las virtudes del pesimismo. En él se comenta la reciente aparición en Estados Unidos de dos libros que, desde perspectivas políticas distintas, atacan lo que denominan el "optimismo sin sentido" que anega la sociedad norteamericana.

En el primero de ellos, Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking has undermined America, Barbara Ehrenreich, desde una posición de izquierdas (¿?), se queja de que, en su entorno más cercano, la "actitud positiva" sea una conducta más o menos obligatoria. Incluso cuando ella misma fue diagnosticada de cáncer. Y cómo, cuando se quejaba de la quimio o de la dificultad de encontrar una compañía aseguradora, todo el mundo casi la obligaba a ir a fiestas, correr maratones y mantener un optimismo descabellado, que, en su propia opinión subyace en lo más profundo del alma yanqui. Ehrenreich señala que, en la práctica, ello ayuda a ese capitalismo "sin corazón" en el que las grandes empresas se desentienden del futuro de los trabajadores, futuro que si éstos no afrontan con una gran carga de optimismo resulta difícil de sobrellevar en una sociedad anclada en la permanente precariedad (o movilidad, lo llaman otros). Desde el otro lado del espectro, John Derbyshire, en su We Are Doomed: Reclaiming Conservative Pessimism, censura el pensamiento complaciente de Obama y la creencia de que determinadas cuestiones sociales pueden tener remedio si se invierte el dinero suficiente. Para él, ciertos grupos, simplemente, no tienen solución.

Uno tiene sus dudas, aunque, efectivamente, recela (¿y envidia?) de ese optimismo evanescente que destilan los norteamericanos. Desde luego, una actitud pesimista ante la economía nos habría evitado pensar que el precio de las casas no conocía la ley de la gravedad o que era posible que los créditos que tan alegremente se nos concedían fueran fáciles de devolver. Pero también, no sacar la mano del bolsillo ni para invitar a café en previsión de catástrofes futuras estrangularía el consumo y la creación de empleo. ¿Entonces, cigarra u hormiga? Probablemente la primera en ciclos depresivos y la segunda en economías sobrecalentadas. Justo lo contrario de lo que hacemos.

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