La tribuna

ana Carmona Contreras

El precio de la abstención

LOS negros nubarrones que presagian unas terceras elecciones en nuestro país, lejos de disiparse en el horizonte, continúan su avance con el paso de los días. Tras perder dos votaciones de investidura, las escasas opciones de Mariano Rajoy de revalidar su cargo al frente del Gobierno atraviesan un momento de franco retroceso. Como novedad, el anuncio de Pedro Sánchez de iniciar conversaciones con los representantes de todos los grupos parlamentarios para recabar apoyos a un hipotético Ejecutivo socialista añade un nuevo capítulo al prolongado suspense político que los comicios celebrados en el mes de junio no lograron disipar.

Las exiguas posibilidades de éxito que cabe augurar a la jugada de Sánchez contribuyen a enmarañar un panorama ya de por sí bastante complejo. A nadie escapa que más allá del común rechazo que suscita la figura de Rajoy entre las fuerzas de la oposición, los espacios accesibles para alcanzar un acuerdo real resultan remotos. Las discrepancias de fondo e incompatibilidades existentes entre los eventuales socios de la operación, unidas a las dudas manifestadas desde las propias filas socialistas son de tal calado que la viabilidad de un Gobierno que sólo tendría asegurado el apoyo de los 85 diputados de dicho grupo se sitúa en un terreno no imposible, pero sí decididamente improbable. Por no hablar del previsible veto sistemático que la mayoría absoluta del partido popular en el Senado plantearía de forma recurrente contra las decisiones adoptadas por el Congreso y lo que ello implica en términos de adecuado funcionamiento sistémico.

Desplazando a un segundo plano tamañas dificultades hay que reconocer, no obstante, que la iniciativa lanzada por Sánchez está logrando un doble efecto: conferir un cierto dinamismo a la situación de bloqueo institucional en la que estamos encallados y, asimismo, rebajar en buena medida la presión existente sobre aquél. Esta percepción de la situación no logra enmascarar su intrínseca precariedad. Y es que una vez agotadas las expectativas generadas inicialmente por lo que acabará por revelarse como mero espejismo político, la situación va a volver a situarse de nuevo en su punto de partida, esto es, en la necesidad de alcanzar una mayoría suficiente que permita a la fuerza más votada en las urnas formar Gobierno. Asimismo, quedará patente que, a falta de despejar la para nada baladí incógnita de los resultados en las elecciones vascas, la solución en la escena nacional pasa por la abstención de los socialistas en una nueva votación de investidura planteada por Rajoy.

El enrocamiento de Sánchez en su negativa pone de manifiesto una posición de rigidez extrema que cierra cualquier posibilidad que permita considerar los importantes réditos políticos derivados de una abstención correctamente articulada tanto frente al propio electorado como de cara a las restantes fuerzas de la oposición. Para conseguir tal efecto sería conveniente tener muy presentes las ventajas ofrecidas por la anamorfosis, término que en el mundo de la pintura alude al fenómeno que permite percibir un cuadro de forma muy diversa dependiendo de la perspectiva visual que adopta el observador. Gracias al juego del enfoque variable es posible aprehender una imagen deforme o confusa o, por el contrario, de carácter equilibrado y armónico.

La imagen de la abstención mantenida hasta ahora por la cúpula socialista se ha limitado a poner el acento en su vertiente negativa, identificándola con la entrega de un mero cheque en blanco para que Rajoy siga al frente del Ejecutivo. Ahora bien, la anamorfosis nos enseña que es posible considerar la abstención desde otro ángulo, presentándola como un logro de los socialistas que les permite definir condiciones y exigir contrapartidas políticas a los populares. En dicho contexto, tal operación brindaría la ocasión para actuar como principal fuerza de la oposición, condicionando efectivamente la acción política de un Ejecutivo en minoría y dependiente del apoyo parlamentario externo. En esta clave, la abstención socialista en tanto que imprescindible llave de acceso al poder, alcanzaría un elevado precio que Rajoy debería pagar si no quiere asumir la responsabilidad de unas terceras elecciones.

Abrir tal línea de trabajo en el seno de las filas socialistas, invirtiendo la postura actual se presenta, sin embargo, como una tarea extraordinariamente ardua. No sólo en términos personales, dado el elevadísimo coste que implicaría para el liderazgo de Sánchez. También, y sobre todo, para el partido en cuanto tal, al quedar obligado a definir una sólida estrategia destinada a neutralizar la importante erosión causada por la estrategia de reivindicación/ocupación de la izquierda que inmediatamente desplegaría Podemos. Laberinto difícilmente transitable, ciertamente. Pero cabría esperar que, ante la necesidad de salir del prolongado impasse en el que nos encontramos, la política como arte de lo posible diera frutos también en las circunstancias menos favorables.

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