Mercedes de Pablos

Las presencias

No pocos gestores confesaban haber trabajado con mayor provecho en esos días

Suena tan amenazante como una escena de Amenábar en Los Otros. Decimos presencias en plural y de entrada se nos pone la piel de gallina.  Sea por el ¡Presentes¡ con que se invoca en algunos ambientes  a los fallecidos, sea por la inquietud que provoca nuestra condición de “futuros muertos” –como recuerda Savater en su delicioso La infancia recuperada–  sea por la milenaria creencia en esos espíritus que no se van de este mundo ni con agua caliente, el caso es que “las presencias” nos evocan ese mundo intangible de lo etéreo mientras que el acto de presencia es de lo más terrenal del mundo.

Reconozco haber caído en un bonito paseo por los cerros de Úbeda porque la sola idea de las presencias me provoca  un montón de sensaciones que tiñen de un punto espectral, ergo fantasmal, la tesis, de andar por casa pero tesis, que pretendo defender.

La presencia forma parte de la agenda de las instituciones. Estar es ser en la realidad de la mayoría de grupos y cargos electos que justifican su sentido, desdoblándose como en un Matrix interminable que les obliga a asistir hasta a tres actos en la misma tarde e incluso simultáneamente, que casos hay.

Durante el confinamiento en este mismo periódico se han hecho comentarios jocosos (y no por ellos menos serios) sobre el alivio que la reclusión suponía salvarse, causa mayor sin duda, de todas esas convocatorias de cofradías, Obra Social de Cajas, homenajes, tributos o presentaciones de libro con político o periodista afamado como maestro de ceremonias.

En privado no pocos gestores municipales o autonómicos confesaban haber trabajado con mayor provecho en esos días, libres de esos compromisos ineludibles que suelen colonizar, por la cara, el grueso de su horario laboral. Y personal. Y es que no falla. Les acusamos de postureo muchas veces por asistir con hambre de foto y vocación de perejil –de todas las salsas–, pero si no acuden no sólo merecen la inquina del convocante sino el reproche de propios y extraños por no estar donde hay que estar ya se sea alcalde, jefe de la oposición, concejal de área gruesa o delegado de un distrito. Tal es la presión que nadie en su sano juicio discute o se rebela contra el axioma de que asistir es ejercer y que no estar es sinónimo de no trabajar, de no servir, de no valer. Las reuniones sin foto no existen, sentarse a leer documentos es un lujo  posible sólo si se quitan horas al sueño, lo de cultivarse, incluso para el ramo que se gestiona, leyendo libros, ensayos, hasta artículos de más de tres folios no cotiza, incluso resulta una extravagancia. Del célebre “el que se mueva no sale en la foto” hemos ido arribando al que “el que no sale en la foto no se mueve porque anda en camino de cadáver político o público”. Todo muy fantasmal aunque no sea incorpóreo.

La insoportable levedad del estar, remedando, con muy poca vergüenza por mi parte, al gran Milan Kundera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios