Acción de gracias

El producto

Lo de las gafas empañadas podría verse como una metáfora de la ceguera con la que andamos últimamente

Hasta ahora, por pereza, había evitado comprarme ese producto -ni siquiera tengo claro si es una gamuza o un líquido, tan poco me había interesado por él- que evita que se te empañen las gafas. En estas últimas semanas estaba saliendo menos, casi nada, a las calles, y en la intimidad de mi piso no uso la mascarilla, de ahí que hasta el momento hubiese podido manejarme en mi vida diaria sin liarla. Pero los torpes siempre andamos en el alambre y bien sabe el destino que acabaremos pegándonos el tortazo. No sé si han visto un anuncio desternillante de gente que intenta desenvolverse en la vida con las gafas empañadas -una corredora que confunde la cinta que protege la escena de un crimen con la línea de meta, un hombre acaramelado que en una cena romántica acaricia un trozo de merluza en vez de la mano de su amada- y que con su falta de visión se adentra en el desastre. Los patosos tendríamos que haber hecho cola en cuanto supimos de la existencia de esa fórmula milagrosa, pero nos dio por pensar que la providencia nos ayudaría, y no, nuestra dignidad lamenta hoy haber creído tener la fortuna de nuestro lado. No me gustan las descripciones escatológicas, pero para que se hagan una idea de lo que me ocurrió les pediré que visualicen una caca de perro que el incívico propietario del animal abandonó en una acera y a un bobo despistado que no se conforma con pisar ese excremento superficialmente, no, el muy pánfilo casi se zambulle en él. Dicen que ese percance da suerte, pero, si fuera así, con mi historial de zancadas inoportunas habría ganado ya unos cuantos premios de lotería y estaría prejubilado en una isla griega.

Esa mañana, mientras volvía a casa enfurruñado por mi mala (y ensuciada) pata, imaginé que eso de las gafas empañadas podía entenderse como una metáfora de la ceguera con la que andamos últimamente, de las limitaciones con las que observamos el mundo. Sí, los humanos empezamos a parecernos a esos burros a los que han colocado unas anteojeras para que no vean más allá del camino, con tanta mirada sesgada: a cada cosa que ocurre en España le siguen sus interpretaciones partidistas, sus dogmas enfrentados, y da la impresión de que, enredados en lo que creemos nuestra verdad, ya no vemos a la gente con la que nos cruzamos. Desesperan las cifras de contagios y de muertes, pero también cala en el (des)ánimo esta vehemencia cainita, agotadora, que al parecer llevamos en la sangre. Necesitamos a gente mesurada, que dude, que dialogue, que abra ventanas y que busque ampliar la perspectiva. Esa gente existe y es a ella a la que deberíamos prestar la atención: es el producto mágico que necesitamos para recobrar la claridad y, con perdón, poder esquivar la mierda.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios