Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Por la puerta de Damasco

Vana ilusión, la voz del muecín sonando junto a la basílica de Nazaret

La primera impresión fue la visión nocturna de la ciudad de Tel Aviv. Todavía no nos ha dado tiempo a hacer el álbum de fotos de nuestra peregrinación a Tierra Santa, un compendio gráfico sustituido por las imágenes del horror, de una masacre cruel sobre cientos de personas inocentes. Salimos de Madrid el 7 de julio, aniversario de nuestra boda.

Tengo apuntados dos nombres en el libro de mi amigo Álvaro Martín que me llevé para vencer el miedo a volar. Uno lo escuché por megafonía en el viaje de ida: el del comandante Juan Delgado, que pilotaba el avión que cubrió el trayecto entre el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid y el Ben Gurion de Tel Aviv. A la vuelta anoté el de Ricardo Puig. Quiropráctico de profesión, hizo el viaje con su esposa norteamericana. Sus manos mágicas aliviaron los tremendos dolores de uno de los pasajeros que más disfrutó en esa semana en Tierra Santa, el padre Javier Santos, capellán del Betis y párroco de la iglesia de la Resurrección, en la carretera de Carmona. Una veintena de feligreses de su parroquia le regalaron el viaje por sus bodas de oro como sacerdote.

En el aeropuerto de Tel-Aviv hay fotos de Menahem Beguin y Anwuar Al-Sadat, firmantes por Israel y Egipto de los Acuerdos de Camp David que les valieron en 1978 el premio Nobel de la Paz. Viajamos en autobús desde Tel-Aviv a Nazaret, donde transcurre la vida oculta de Jesucristo. Nuestra ventana del hotel daba a la Basílica de la Anunciación. Era maravilloso el mestizaje cultural de esa visión con el sonido de la voz del muecín desde una de las mezquitas.

Pienso mucho en las personas que nos atendieron al centenar largo de peregrinos que participamos en este viaje organizado por la Archidiócesis de Sevilla con la logística de Viajes Triana. En la recepcionista del hotel de Nazaret, hija de barcelonesa, nieta de madrileño, madre cristiana y padre musulmán. En Evelyn, nuestra guía, nacida en Guatemala, casada con un judío, que se tuvo que ausentar de las visitas a Belén, donde nació Jesús, y Jericó, donde venció las tentaciones, porque ambas ciudades pertenecen a la Autoridad Palestina. Pienso en la mano amiga que dejó un periódico en hebreo en una de las mesas del hotel del que sólo distinguía una foto de Roberto Bolaño.

Habrá sido un mazazo para los magníficos profesionales del turismo que trabajan en ese país. Los conductores de la media docena de microbuses que por empinadas cuestas y curvas de infarto nos llevaron al monte Tabor donde las imágenes de Elías y Moisés anuncian la Transfiguración.

Esos niños de Jericó que volvían de un campamento de verano, uno de ellos con una camiseta del Barça, que le llevó a Saiz Meneses, arzobispo de Sevilla, a lamentar la muerte de Luis Suárez, el gallego que deslumbró en Italia. Los dátiles exquisitos, la mirada triste de un camello de figuración, la modesta tarta de cumpleaños que en un restaurante de Jericó le prepararon a Blanca en su 33 aniversario. Las personas (árabes, judíos ortodoxos, jovencísimos militares y mujeres-soldado) con las que nos cruzamos en la visita nocturna que hicimos al Jerusalén antiguo entrando por la puerta de Damasco.

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