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Una receta de torrijas

Mi sobrino ya conoce el modo en que mi madre preparaba ese dulce. De este modo se perpetuará algún tiempo más

Mi hermana Lucía me explica al teléfono la receta de torrijas que se hacía en mi casa y cuyos pasos yo ya no recuerdo con precisión: se pone a calentar leche, a la que se le da aroma con una cáscara de limón y una rama de canela, se le echa además un chorro generoso de Pedro Ximénez (aunque veo que la marquesa de Parabere, en la Enciclopedia culinaria que heredé de mi tía Esperanza, se decanta por el vino de Málaga: usen el vino dulce que tengan a mano, si puede ser de calidad. Ese libro, por cierto, nombra este plato como Torrijas a la Alcarria). Una vez enfriado, se mojan -con cuidado de que no se ablanden en exceso- las rebanadas de pan en esta mezcla y se dejan reposar; después se pasan por huevo batido y se fríen en aceite de oliva a alta temperatura. Una vez fritas, y colocadas en un papel absorbente para deshacernos del exceso de grasa, las torrijas se riegan con miel, que se puede templar en el microondas para que esté más líquida (al baño maría, si se hace en una hornilla tradicional), o también se puede diluir con un poco de agua para restarle espesor a ese jarabe.

Fechas como ésta, ahora que empieza la Semana Santa, me revelan las contradicciones a las que te lleva vivir: yo, que quise ser un ácrata y un bohemio, cada vez doy más importancia -por el cariño o la nostalgia de los que se fueron- a las costumbres, a los rituales. Mi hermana me detalla esa receta y yo me veo años antes, un Viernes de Dolores, acompañando a mi madre en la elaboración de las torrijas en la cocina de su piso, esa cocina que estaba siempre tan bien iluminada por los grandes ventanales que tenía, y que ahora nos trae, al rememorarla, toda esa luz hasta el presente. Qué hermosos esos días sin prisa en los que la preparación de unos platos lo era todo. Mi hermana me contaba que hizo ayer las torrijas con su hijo Miguel, y me emocionó saber que mi sobrino ya conocía así la receta de su abuela, de mi madre, que de este modo se perpetuará algún tiempo más. El Lunes Santo, los familiares que no salgamos en nuestra hermandad, Las Penas de San Vicente, merendaremos esas torrijas, y será el modo en que mi madre siga viva, será el modo en que nosotros nos sintamos, de nuevo, los niños ruidosos, el rebaño caótico y feliz de nuestra infancia. Llevaremos a cabo una tradición profundamente andaluza: degustar el dulce típico, salir más tarde a ver cofradías. Pero en nuestros movimientos habrá algo que trascienda el momento y el lugar, universal y eterno. Lo que hacemos es algo que podría hacer cualquier otra familia, en cualquier otro punto de este mundo: hablar con nuestros muertos; celebrar la memoria, el afecto, la vida.

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