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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

coge el dinero y corre

Fede / Durán

La roncha griega

EL hecho de que el pueblo (griego, en este caso) opinase vía referéndum sobre planes que afectan directamente a sus cotas de bienestar era perfectamente lógico. Era incluso sano y plausible. Pero los antecedentes económicos y políticos del país, por un lado, y el torbellino de la crisis de deuda que, por otro, empapela a Europa, degradaban la iniciativa de Papandreu al peligroso ridículo del caos. Grecia, como de hecho la mayoría del planeta, ha sodomizado la regla de la disciplina fiscal hasta extremos insospechados: su deuda pública representaba en 2010 el 145% del PIB. La filosofía subyacente es obvia: pan para hoy y hambre para mañana o, como diría cualquier político medio maleado, despilfarra y detrae cuanto puedas y que las generaciones venideras se las apañen con el pastel.

Historias de grandes latrocinios hay miles. Dos de ellas las narra magistralmente Kapuscinski en El Sha y El Emperador. Otras muchas las cuenta nuestra propia prensa en los microcosmos de Seseña, Marbella y Valencia; en las alcantarillas de la Junta de Andalucía o en una gasolinera gallega donde dos tipos canjean maletines por favores en una escena inspirada en Los Soprano o The Wire. El brindis griego ha sido enorme y descarado, con falsificaciones contables en Bruselas y una ilusión de occidentalidad felizmente restregable al eterno rival turco aunque Kaplan explique en Fantasmas Balcánicos aquello del alma oriental de Grecia.

España ha suspendido pagos 13 veces desde el siglo XV. Grecia se ha pasado medio siglo XX en bancarrota. Hay, pues, países más manirrotos que otros dentro de la natural tendencia al endeudamiento. A diferencia de Ecuador, Indonesia o Panamá, Grecia no puede alegar la doctrina de la deuda odiosa acuñada por Alexander Sack: ningún Estado ha obligado a Papandreu (o a Simitis y Karamanlis) a engordar la roncha que hoy ahoga a sus compatriotas, una roncha, por cierto, medible también a ritmo de tijera: los últimos planes de recorte contemplan despedir a 150.000 empleados públicos y rebajarle un 20% el salario a los que sigan; reducir hasta un 40% las pensiones; desterrar políticas sociales; o subir los impuestos.

Lo único a lo que Grecia -o más bien sus políticos- podía aferrarse era a la bendición popular como prólogo de una muerte por asfixia. Pero la maquinaria Merkolzy ha repelido esta fórmula y habilitado la otra pena capital. Porque, con o sin referéndum, Grecia estaba condenada: si se convocaba y vencía el no a los recortes, salía del euro, volvía al dracma y pasaba de ratón a gusano económico, maltratando de paso a los bancos alemanes y franceses. Si ganaba el o Papandreu rectificaba (como de hecho ha ocurrido), llegaría/llegará el segundo rescate y se dejará de pagar la mitad de la deuda acumulada, pero los préstamos, vencimientos y estrecheces serán todavía potencialmente eternos.

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