La Sevilla yacente

La cofradía apócrifa de los indigentes crece en las noches de un centro tomado por el turismo

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Un indigente a primera hora de la mañana en el barrio de Santa Cruz.
Un indigente a primera hora de la mañana en el barrio de Santa Cruz. / M. G.

20 de octubre 2025 - 04:00

Hay una Sevilla que pasa desapercibida en la bulla ruidosa del turismo invasor. Sí, invasor porque hay momentos de la semana en que cualquier vecino se puede sentir como un veneciano irritado. Un domingo por la mañana en la Plaza de España, en la Avenida de la Constitución o en la Plaza de la Encarnación son tres buenos ejemplos de puntos calientes. El turismo lo eclipsa todo, hasta el fenómeno de los sin techo que duermen donde pueden y hasta en sitios que jamás se nos había ocurrido. Con sus maletas, como si fueran visitantes, ay, cuando son nómadas sin destino, supervivientes que vivaquean por allí y por allá. Pasan desapercibidos porque en la mayoría de los casos no reciben ni la misericordia de una mirada, pero están ahí. En pleno barrio de Santa Cruz aprovechando el ensanche de una acera a la sombra de una casa palacio, en la calle Miguel Mañara al cobijo quizás de la historia de quien da nombre a la calle, en los soportales de Imagen, en la Plaza Nueva, en un recodo de Cuna... Es la Sevilla yacente que no está en el Polígono Sur, ni en Los Pajaritos, sino en esa parte que conocemos como la zona noble de la ciudad. Viven entre nosotros como almas desahuciadas, son un aldabonazo por la mañana, la cofradía apócrifa que nunca se recoge, la particular vergüenza de la ciudad... El turismo invasivo ha provocado que no nos quejemos de los indigentes, cuando estos yacentes crecen al igual que lo hacen los manteros. Pero la macroeconomía va bien, todos tranquilos. Los datos son imparables, España va como un tiro y hay sitio para más y más visitantes que tendrán que venir de Asia.

El corazón de Sevilla por la mañana es un reguero de basura a la espera de ser recogida y de indigentes que duermen para escapar de la pesadilla de estar despiertos, que se dejan llevar por la borrachera de vino de cartón o que, al fin, desean evitar el alba porque nada mejor les aguarda una vez que está perdida la esperanza. Cada vez hay más, pero no interesa verlo. Por eso el Arzobispado abrirá el centro de primeras atenciones en la calle Don Remondo. Duermen por el centro porque hay menos vecinos, pasan más desapercibidos y, por tanto, sienten menos rechazo por las noches que en los barrios poblados. El escaparate de la ciudad, quién lo diría, ofrece menos riesgos para quienes tienen poco que perder. Prueben a sentarse en un velador y verán la alta frecuencia con que aparecen pedigüeños. La Sevilla yacente está amortizada, se da por hecha, se asume como una estatua que siempre está ahí, que está considerada como parte del paisaje urbano. En demasiadas ocasiones ni siquiera busca el soportal o el zaguán. La intemperie sin ruido basta con tal de asegurarse unas horas de imposible tranquilidad. No hay santa misión para el estruendo de la silenciosa Sevilla yacente. Madrid, en el aeropuerto. Sevilla, en el mismo corazón.

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