La ciudad y los días

Carlos Colón

El silencio es certero

HAY formas de celebración que sofocan y distorsionan la naturaleza de lo que celebran. Es lo que sucede, desgraciadamente, con la víspera de la festividad de hoy. Tratándose de una de las más sevillanas fiestas del calendario litúrgico, por el carácter pionero de la ciudad en la proclamación de la Inmaculada Concepción y la fundamental aportación de los artistas sevillanos a su definición iconográfica, sorprende que sea precisamente aquí donde se produzcan en torno a esta festividad este tipo de celebraciones que sofocan lo que celebran.

Si algo exige la Inmaculada, tanto por la naturaleza del misterio sagrado que expresa como por la iconografía a través de la que tan genialmente los pintores e imagineros sevillanos lo han representado, es recogimiento y silencio. "El silencio es certero", dijo el pintor Mark Rothko ante un cuadro de su colega barroco Chardin, y pocas veces se ha expresado mejor lo que el misterio sagrado -especialmente el de la Inmaculada- representa y exige. Pero es que Rothko fue el místico abstracto que pintó los 14 grandes lienzos de la capilla Ménil de Houston; y Chardin era un místico de la cotidianidad que esencializaba cuanto representaba en sus retratos y bodegones. Tenían sentido de lo sagrado ambos, y por eso sabían que el silencio es certero: sólo en él se puede desplegar la intuición de lo sagrado.

Sevilla poseía una sabiduría no aprendida, heredada, para celebrar adecuadamente sus júbilos cívicos y religiosos. Y un certero instinto para crear espacios de silencio en los que se pudiera presentir el temblor de lo sagrado. A través de Montañés, Sevilla creó la más misteriosa, ensimismada, introvertida, íntimamente luminosa (como si fuera de alabastro y dejara que se transparentara la luz que llevó en su seno) y silenciosa, sobre todo silenciosa, representación de la Inmaculada: la Cieguecita de la Catedral. Pero esta misma Sevilla, tan bien representada por Cernuda en el asno que se comía los juncos que Ocnos trenzaba, está destruyendo sus espacios de silencio. Entre ellos, el que debería rodear a la Inmaculada y las celebraciones que la ciudad le dedica. De los cuadros de Zurbarán y Murillo o las esculturas de Montañés y Duque Cornejo a las poesías de Manuel Machado y Rafael Montesinos, de las músicas de Cristóbal de Morales y Francisco Guerrero a la leve danza de los Seises, Sevilla ha sabido celebrar la Inmaculada con la delicadeza, la altura y el silencio que exige y que merece. Justo lo contrario de la anual botellona con pretexto inmaculista, consentida y aplaudida por quienes no deberían consentirla ni aplaudirla.

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