La lluvia en Sevilla

Y él solito se murió

Al ficus de San Jacinto entre todos lo están matando, así luego nos cuenten que él solito se murió

Buscaba yo entre mis wasaps el christmas que el año pasado me enviaron mis vecinos de Triana: “El árbol de la Navidad es el que renace”, decía la felicitación sobre la estampa del ficus malherido de San Jacinto, entre cuyas ramas supervivientes se cobijaba la imagen del Nacimiento. Era precioso. Tras mucho rebuscar, lo he encontrado, y el contraste de la foto del año pasado con el aspecto que ahora presenta lo que quedó del gran árbol provoca escalofríos. Rebobino: el párroco y el anterior equipo de gobierno se afanaron en talar un ejemplar único –dejado literal e irresponsablemente de la mano de Dios, lo que provocó un terrible accidente–, pero vigoroso, sano y con un importante valor ambiental. Tuvo que venir, por lo contencioso-administrativo y por lo penal, la Justicia a tomar cartas en el asunto. Mientras tanto, el pleno municipal aprobaba dar a los dominicos una subvención nominativa, directa y loquísima (¡111.000 euros!) para estudiar el árbol. Contra ello, se alzaron voces. Pasaron las elecciones y, ya con el cambio de regidor, la subvención no se otorgó, y el nuevo alcalde anunció que el Ayuntamiento se haría cargo del cuidado del ficus. Acabo de pasar junto a su no-sombra, su triste figura, sus hojas repentinamente caducas: da miedo. A la vista de todos está su estado lamentable. ¿Qué tipo de mantenimiento le está dando Parques y Jardines? Merecemos saber. Entre todos lo están matando, aunque después se esfuercen en contarnos que él solito se murió.

En la Encarnación, duele el espacio que ha dejado la tala del último gran ficus que, sin haber completado los estudios técnicos anunciados, también dieron por perdido (y al que, por cierto, no cimbró la tempestad que tiró, entre otros, la palmera, señores, en directo). Según arguyó la autoridad para apearlo, los plásticos que colocaron bajo la tierra en las obras de la Encarnación asfixiaron sus raíces. Ya no están ninguno de los tres ficus que inspiraron las Setas. Ellos solitos se murieron. En su lugar tenemos 3.500 metros cúbicos de madera microlaminada de pino finés recubiertos de poliuretano.

Estos grandes árboles de San Jacinto y de la Encarnación fueron y son un símbolo. Fueron símbolo de belleza natural que inspiraron el monumento de madera más grande del mundo. Paradójico, brotan las Setas, caen los árboles a los que representan. Ahora también son un símbolo terrible. Basta con mirar el hueco que ha dejado el de la Encarnación, o el estado lamentable de lo que la movilización popular logró salvar del de San Jacinto, para entender lo que haciendo con nuestro patrimonio natural. El verdadero árbol de Navidad –le siso palabras a Luis Cernuda– es algo más que “sonrisas y aguinaldos ante un pino muerto”.

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