La ciudad y los días

carlos / colón

"Estamos solos"

EN los años 60 se puso de moda la antipsiquiatría. Estaban justificados los reparos éticos, humanitarios y científicos a los métodos de diagnóstico y a las agresivas terapias que utilizaba la psiquiatría tradicional. Estaba justificada la denuncia de que los manicomios eran cárceles, más que hospitales, en las que los enfermos vivían en penosas condiciones. Estaba justificada la sospecha de que en las dictaduras -desde la Unión Soviética a la España de Franco- la psiquiatría era utilizada como elemento de represión política. Todo esto era cierto y urgía una reforma.

El problema es que al convertirse en moda, ideologizarse en el peor y más disparatado sentido de la palabra, infectarse con la contracultura y vulgarizarse demagógicamente en películas o bestseller, la necesaria reforma de la psiquiatría tradicional se convirtió en el esperpento de la anti psiquiatría: la locura es una forma suprema de lucidez que los poderes reprimen en los manicomios; la psiquiatría es un discurso de dominación, un dispositivo de poder que controla, limita y corrige el desvío de las normas sociales con prácticas bárbaras y crueles que neutralizan al individuo y lo mantienen recluido -más bien encarcelado con diagnóstico en vez de juicio- el resto de su vida; lo que se llama locura es resultado de la biografía y no de la biología, un trastorno psicológico; la enfermedad mental es un mito. Ya saben: Michel Foucault, Alguien voló sobre el nido del cuco o el Salta la tapia sevillano, el festival rock que durante la Transición se celebraba en un manicomio de Miraflores, aún en uso como centro psiquiátrico, que se identificaba con la represión franquista: en la puerta se colgó un cartel que decía "Entrada libre. Salida también". El propósito, se decía, era igualar a los de dentro y los de fuera.

Tanto los igualaron que se cerraron los psiquiátricos. No se cambió de terapias, no se desterraron prácticas bárbaras. Se cerraron en nombre de ese humanitarismo que tantas víctimas provoca. El resultado ha sido desastroso. Ayer, a propósito de la noticia del triple asesinato cometido en Dos Hermanas por un demente, escribía una lectora: "Las familias de personas con enfermedad mental grave terminan enfermando también. Los profesionales de salud mental lo saben, pero, miran para otro lado. Los que somos hermanos, padres, madres de personas con enfermedad mental tenemos un infierno en casa. Estamos SOLOS". Tiene razón.

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