DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El sueño de la Historia

Probablemente muy pocos recordarán a Sánchez, como hoy nadie sabe quiénes fueron Malcampo o Jovellar

Sánchez, en el reciente homenaje a Almudena Grandes.

Sánchez, en el reciente homenaje a Almudena Grandes. / DS

CARLOS V se soñó al galope por el campo de Mühlberg, con la armadura repujada y el luterano degollado. Para inmortalizarse buscó a Tiziano, el veneciano de los rojos sublimes. Pedro Sánchez ya se ve a sí mismo en el lienzo de la historia con los atributos del sepulturero: la pala, la cuerda y esos ropajes azul mahón que aún llevan los hermanos acogidos de la Santa Caridad que acompañan sus pompas fúnebres. ¿Quién inmortalizará al presidente? Candidatos no faltarán. Si hay algo por lo que sienten fascinación las buenas “gentes del arte y la cultura” es por el poder, sea el ejercido por un concejal, un ministro o un emperador de la China.

El César Carlos, como decíamos, se soñó ecuestre frente al río Elba, vencedor ante la Protesta. Pero, ¿es así como todos lo recordamos? Quizás, mejor, lo evocamos en Yuste, pleiteando con su hijo porque le racanea las ostras en escabeche que tanto le gustan y que le traen en barriles desde Galicia; o desarmando relojes y pescando carpas en el estanque del monasterio. Nunca sabemos cómo pasaremos a la historia (si es que lo hacemos), al igual que nunca conocemos realmente lo que piensan los demás de nosotros. Además, ¿de qué sirvió Mühlberg? Sólo hay que mirar el atlas de las religiones para ver la amplia implantación del protestantismo en el mundo, cuya sombra avanza imparable por la América hispana. En Alemania, la Iglesia Católica vuelve a estar al borde del cisma ante la impotencia del Papa austral. Cuando todos seamos protestantes, budistas o ateos, ¿se recordará al emperador Carlos como el gallardo vencedor de una batalla que no sirvió para nada?

Sánchez –lo ha dicho él– se ve en los manuales de Historia como un desenterrador o, quizás, en secreto, como uno de esos faraones que destruían los monumentos funerarios de las dinastías que los antecedieron. Pero probablemente las generaciones futuras apenas sabrán quién fue, como hoy en día la gran mayoría desconoce las figuras de José Malcampo o Joaquín Jovellar, que también fueron presidentes del Gobierno de España en el siglo XIX. La fama es la eternidad a la que se agarran los ateos y por los moralistas católicos sabemos que es una de las muchas trampas que nos pone el demonio para estimular nuestra soberbia, que es pecado capital. Sánchez se asemeja a uno de esos despojos que nos muestra Valdés Leal en sus Postrimerías, con su hábito calatravo comido por los saprófagos y la calavera tocada carnavalescamente por una mitra. Así es como acaban los sueños de gloria y posteridad de todos los hombres, sean emperadores, dictadores o desenterradores.

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