Nadie en su sano juicio hubiese creído que el Sevilla iba a sufrir lo que ha sufrido ante el que era considerado bombón del bombo, el Slavia de Praga. Sufrimiento con muchas idas y venidas que acabaría en la tragedia de ver cómo el rey era desalojado de su competición preferida en un barullo sobre la última campana de la prórroga. No pudo ser, pero lo cierto es que todo parecía muy fácil cuando Franco Vázquez hacía el tercer gol.

Los lodos de hace una semana en Nervión trajeron los polvos de una noche en Praga que pasará a los anales sevillistas como una de las más negras de su historia. Aquel gol involuntario de los checos que empataba a dos la ida fue, sin embargo, neutralizado en la vuelta y después de que los checos pusiesen el pleito más difícil todavía cuando apenas se había roto a sudar. Un gol que sería como el adelanto de lo que luego iba a suceder, con una mayoría de goles logrados a pelota parada.

Hizo lo más complicado el Sevilla tras llegar a la agonía de una prórroga más que indeseada a estas alturas de la temporada. Y es que Vázquez, recién salido a escena, mandaba a la red un centro matemático de Promes, uno de los destacados, para ponerle las cosas imposibles al Slavia. A esas alturas de partido, ni un orate hubiese apostado por un doblete de goles del rival, pero empataron demasiado pronto para que el Sevilla entregase literalmente la segunda parte del añadido.

Ahí es donde apareció el Sevilla timorato de los viajes, ya que no rentabilizó su superioridad técnica concediendo un fútbol de trompazos que beneficiaba al Slavia. Un gol los clasificaba y a fe que lo buscaron con todas las armas que almacenan en su rusticidad. Un tiempo dilapidado que al final iba a romper en catástrofe inapelable. Un balón parado, una ensalada de rebotes y el balón que entra llorando sin tiempo para más. Y un dato agradable: no habrá derbi el Domingo de Ramos.