Acción de gracias

La tierra abierta

Es en esta tierra que da cabida al de fuera, el lugar en el mundo que eligió mi padre, donde yo identifico mis orígenes

De la banda sonora de mi infancia resuenan todavía algunos discos, como uno de canciones en español de Nat King Cole que habían reeditado por esas fechas, otro que contenía aquella desoladora y bella canción de Clara, de Joan Baptista Humet, y el Himno de Andalucía, que en aquellas mañanas ya tan remotas giraba en el tocadiscos familiar. Que me perdone mi amigo Luis, que ha escrito aquí sobre la falta de rigor histórico de esta última composición, pero él sabe que a mí me puede más el sentimiento que la razón, y la música de esa pieza y la letra que escribió Blas Infante, aquello de "paz y esperanza bajo el sol de nuestra tierra", se instalaron inevitablemente en mi memoria sentimental, ahí donde va el material que nos despierta una emoción genuina, aquello que apela a lo más íntimo de nosotros. Los acordes de ese himno me conectan con el niño que fui, el niño que tal vez nunca he dejado de ser, me devuelven a un piso lleno de hermanos, de ruido y de afecto, donde toda la vida estaba aún por escribir.

El Día de Andalucía activa en mí el recuerdo y me lleva a revivir, por ejemplo, esa anécdota de la que tantas veces se habló en mi casa: cuando, no sé ya si coincidiendo con la manifestación por la autonomía o más tarde, con el referéndum, mis progenitores colocaron la bandera verde y blanca en la terraza y recibieron por ello anónimos de algunos que veían en aquel gesto un extremismo impropio de un hogar respetable.

Y el 28-F me reencuentra, también, con mi padre, que cumplía años justo en esta fecha -mañana habría llegado a los 87- y que un día, siendo joven, dejó Madrid y decidió mudarse a Andalucía. Me gusta hallar en los ojos de alguien que no había nacido aquí -su madre sí procedía del Sur, de Bollullos del Condado- el cariño y la ilusión por esta tierra, me conmueve que quisiera pertenecer a ella. Bajo esta luz transcurrió su vida. En esa playa de Chipiona en la que conoció a mi madre, en aquel campo de naranjos que se ubicaba entre Los Rosales y Tocina, en esa casa de Sanlúcar de Barrameda en la que quiso, y no pudo, jubilarse.

A menudo, cuando se mofan de los andaluces y nos intentan reducir a un cliché de ignorantes y graciosos, me aflora el orgullo y pienso en todos los poetas y pintores que han surgido de este rincón del mundo, pero pronto me doy cuenta de que no es una Andalucía que presuma de sus hijos la que me interesa. Es en esta tierra abierta -sí, tiene razón Luis, la que canta también a España y a la humanidad-, esta tierra que da cabida al de fuera, que comparte sus dones, el lugar en el mundo que eligió mi padre, donde yo identifico mis orígenes.

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