La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
Será esta mi última Navidad? Se preguntan muchas personas al recibir un diagnóstico de cáncer o estar inmersos en ello.
Se acerca la etapa en la que hacemos el recuento de emociones vividas, revisamos nuestro calendario de sucesos y nos proyectamos hacia un nuevo año, siempre con el deseo de alcanzar nuestros sueños. Una etapa de borrón y cuenta nueva, una etapa en la que cobra protagonismo la ilusión, el gozo y la esperanza. Pero también una etapa envuelta por un manto de tristeza que nos recuerda que estamos de paso en un planeta que no nos pertenece, sobre todo, cuando alguien nos falta. La Navidad se encuentra entre el pasado y el futuro, entre la nostalgia y la oportunidad, y en medio de todo, nosotros y nuestras circunstancias, nosotros y nuestras reacciones de rechazo ante algunas circunstancias.
Cuando sentimos el dolor de una pérdida, ya sea de la salud, de un familiar o de la misma rutina, perdemos el foco en el aquí y el ahora, nos centramos en encontrar la solución a lo irremediable desde el drama, negamos, nos enfadamos, corremos sin parar de forma simbólica persiguiendo una falsa calma sin caer en la cuenta de que el sufrimiento es parte de la vida y que así debemos afrontarlo. Y es la sociedad en la que nos ha tocado vivir y sus tradiciones las que marcan esa pauta de comportamiento. Y somos nosotros y nuestra capacidad de adaptación los que debemos poner orden a nuestras tragedias.
Cuando un paciente entra en la consulta de un psicooncólogo de la Asociación Española contra el Cáncer para y expone la incógnita sobre si se enfrentará o no a su última Navidad, empatizamos de inmediato, como no puede ser de otra manera, pero rápidamente reconducimos la pregunta a una máxima de afrontamiento ante el devenir de la vida: debemos vivir el momento presente con la máxima intensidad posible desde el agradecimiento y siempre con la esperanza de que las cosas salgan bien, a pesar de estar expuestos a la incertidumbre. Es nuestro deber como seres adaptativos que somos y así debemos planteárnoslo.
La Navidad tiene dos caras, una está relacionada con las ausencias y los recuerdos, pero la otra pone en valor la unión, la alegría, la ilusión, la solidaridad que nos nace y la toma de conciencia de lo efímeros que son los momentos. El pensamiento negativo nos ayuda a prepararnos ante las situaciones negativas, pero una vez ubicado debemos intentar desarrollar aptitudes como el optimismo, la esperanza y la confianza sobre una base real, mecanismos que nos ayudarán a enfrentar las dificultades con mejor ánimo y perseverancia, descubriendo lo positivo que tienen las personas que nos rodean, viviendo el presente y buscando la belleza de las pequeñas cosas, mimando cada detalle.
La Navidad se acerca y nadie sabe si será la última o no, pero los que puedan vivirla otra vez tendrán la oportunidad de preguntarse quiénes son y cuál es su cometido en la vida, que nos es otro que anclarse en un presente lleno de pequeñas y cotidianas oportunidades desde el amor a las cosas sencillas y desde el agradecimiento a poder amar y ser amados.
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