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Francisco Correal

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Un vals de Peñas, no un vals de Strauss

Todos se apuntan la derrota de Hitler: Putin, Zelenski, Ursula von der Leyen

Todos celebraban la derrota de Hitler y del nazismo. Vladimir Putin presidiendo el desfile de la Victoria en la Plaza Roja de Moscú; Volodimir Zelenski caminante solitario por una avenida de Kiev que parecía la Gran Vía de una película de Alejandro Amenábar o de un cuadro de Antonio López; y Ursula von der Leyen desde la Presidencia de la Comisión Europea. El día de Europa, que asiste al rapto de sus principios. Quiso el destino que el mismo día que todos estos actores celebraban la rendición de la Alemania nazi pusieran en la 2 Los Siete Magníficos, metáfora de la ayuda que Ucrania pidió a la Unión Europea y a la OTAN para protegerse de las agresiones de Putin y sus bandidos. La desproporción de los contendientes hace pensar que la ayuda llegó de los Siete Enanitos y que en lugar de Charles Bronson, Yul Brinner y Steve MacQueen enviaron a Esteso, Pajares y Antonio Ozores.

La Historia te da lecciones porque es la eterna asignatura pendiente. Las soflamas de Putin para desnazificar Ucrania nos resultan familiares. Llevamos meses, incluso años, con la progresía blandiblú organizando monterías de fachas, de nuevos requetés. La grandilocuencia hipócrita de Putin sirve para mostrar la indigencia intelectual de esa obsesión puramente interesada, artificial.

Todos derrotaron a Hitler. Pero antes todos lo apoyaron. Lean si no el libro El orden del día (Tusquets, 141 páginas, un suspiro de dos sobremesas), de Eric Vuillard. En la portada, Gustav Krupp von Bohlen und Halbach, uno de los 24 caballeros que en febrero de 1933, el año de la llegada de Hitler al poder, acudieron al Reichstag para ofrecer su apoyo incondicional al nuevo régimen. Representantes de empresas como Siemens, Bayer, Opel, Krupp o Telefunken, que suenan a gente de la familia por nuestros coches, frigoríficos, lavadoras, televisores o ascensores. De los caballeros veinticuatro, esa institución municipal que surgió en España tras la conquista de Granada, a los 24 caballeros. Hombres de bien, benefactores, que recuperaron con creces la ayuda prestada. Vuillard describe cómo utilizaron mano de obra barata de los campos de concentración y exterminio de Mauthausen, Dachau, Buchenwald o Auschwitz.

El orden del día de Vuillard es el terror silencioso, caballeresco, que precede al espanto que describe Stefan Zweig en El mundo de ayer. Hitler se suicidó una semana antes de la entrada de las tropas soviéticas, que cambiaron al Fuhrer por Stalin y a Dachau y Treblinka por el Gulag. El día de Europa. Vuillard también cuenta que en 1937, el mismo año del bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor, lord Halifax, presidente del Consejo Británico, visitó Berlín para entrevistarse con Hermann Göring, ministro del Aire de Hitler y creador de la Gestapo. Austria fue la Ucrania de Hitler. Éste, entre valses de Strauss, se entrevistó con el canciller Kurt von Schuschnigg, que llegó disfrazado de esquiador. Tenían razón el Peña y el Masa cuando cantaban en el Carnaval, cuarteto Tres Notas Musicales: Un vals de Peñas, no un vals de Strauss.

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